El Universo Espiritual

Publicado en Noviembre 1997, revisión Marzo 2023

Escrito por Ernesto Rosati Beristáin.

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El Universo Espiritual

La esencia de las cosas aún se está revelando, ya que lo que se ha descubierto del Universo tiene que ver únicamente con lo aparente.

Lo que conocemos con certeza y sin duda alguna es lo que realmente somos. Lo que sabemos fundamenta los principios que rigen nuestra forma de vivir la vida, tanto a nivel individual como en sociedad. Estos principios se aplican en la conducta y son la fuente de nuestros propósitos, metas e ideales. Si lo que creemos saber se basa en supuestos, no lo conocemos con certeza, ya que es solo una imagen que nos imaginamos en nuestra mente y no forma parte de nuestra realidad.

Si no conocemos todas las partes que nos conforman como seres humanos, no podremos entender las causas y efectos que influyen en nuestra conducta. Si nuestra conducta no considera al espíritu como parte de nuestro ser, solo entenderemos la existencia de las obras sin importar la esencia de los actos, ya que solo nos fijamos en lo que nuestros ojos pueden ver. Si no entendemos que el amor, la paz y el gozo son valores existentes en nuestra esencia, no podremos incluirlos en nuestra escala de valores.

Desconocer al Espíritu, que es de donde se desprenden los sentimientos, y sacrificarlos por las apariencias que son lo que ven nuestros ojos, es tratar de llenar nuestra existencia de vanidad. Es como la embriaguez, de la que al final regresamos a la cruda realidad.

La filosofía debería conducirnos a la solución de los problemas desde su origen. Esto sería una realidad si en verdad conociéramos que también somos espíritu. El espíritu es la esencia que da sentido a la materia y la razón. No es una forma ni un concepto, sino que es su origen.

 

¿Pero qué es el espíritu?

Para entender por qué es importante conocer al espíritu, analicemos los antecedentes filosóficos del ser y los problemas que la falta de este conocimiento ha ocasionado. Regresemos cerca de dos mil quinientos años, hasta la Grecia antigua, en el tiempo en que dos discípulos de Sócrates definieron al hombre de la siguiente forma:

Platón definió al hombre como cuerpo y alma. Él considera que el alma es la parte trascendental del ser, por lo que en el perfeccionamiento de sus facultades estaría el propósito primero y último de la humanidad. Con esto, declara que "la inteligencia es el bien supremo del hombre". En base a este razonamiento se desarrollaron métodos para medir el coeficiente intelectual, clasificando al ser humano de acuerdo a la cantidad de conocimientos que puede adquirir y relacionar. Esta teoría sigue vigente y se sigue inculcando. Sin embargo, si el alma es el principal valor del hombre, como resultado dará origen al egoísmo, a la vanagloria, al racismo, y a la falta de cordura en la toma de decisiones. Dentro de esta apreciación, el hombre busca la supremacía y no tiene un fundamento que sostenga la igualdad entre los mismos. Dependiendo exclusivamente del razonamiento, crea la moral y la ética que viene a ser la legalidad del pensamiento impuesto, siendo a su vez la primera barrera entre los seres humanos. Las razones no son necesariamente justas para la mayoría, ya que sus fundamentos son circunstanciales. Como estas reglas no tienen principios que sustenten la razón de tener intenciones y motivaciones absolutamente buenas, no pueden ser universales. Esto es porque el alma no puede sustentarse a sí misma ya que depende de lo que conoce para desarrollarse, y de ahí no pueden surgir los principios que la fundamenten.

Por otro lado, Aristóteles plantea al hombre como una unidad. El cuerpo y alma son una misma sustancia, el cuerpo es la forma del alma, y el bien supremo del hombre se da en la totalidad de su contexto, tanto en bienes materiales como en inteligencia. Siendo la inteligencia el medio para conseguir la belleza, la riqueza, el poder y la fama, esta filosofía dio origen al orden económico que rige hasta nuestros días. También dio lugar a la teoría de la evolución, ya que la materia por sí misma tiene inteligencia y se organiza de tal manera que, por selección natural, da como resultado al hombre. Pero si el bien más preciado del hombre es el cuerpo, que incluye al alma, se buscará el placer y la riqueza material, sabiendo que en estos está la supremacía de la humanidad. Esto nos lleva a los mismos resultados que con Platón, con la diferencia de que en la búsqueda del ideal de ser mejores que los demás, se pueden pisotear los principios morales y éticos, sabiendo que son prescindibles en la lucha por ser más. No existiría lo bueno y lo malo, sino el placer y el dolor.

Estas dos corrientes filosóficas no han sufrido cambios y han fundamentado las tesis filosóficas subsecuentes.

Sin embargo, hoy en día contamos con nuevas corrientes filosóficas que buscan entender al ser humano desde un enfoque más integral y holístico, que consideran al espíritu como una dimensión fundamental del ser humano. Esta perspectiva se ha desarrollado gracias a la investigación y experiencia de diversas disciplinas como la psicología transpersonal, la antropología cultural, la neurociencia, entre otras.

La psicología transpersonal, por ejemplo, estudia la experiencia humana más allá de los límites de la mente y del cuerpo, explorando la dimensión espiritual del ser humano. Esta corriente reconoce la importancia del desarrollo del espíritu en la búsqueda de una vida plena y en armonía, promoviendo prácticas como la meditación y la conexión con la naturaleza como formas de potenciar esta dimensión.

Por otro lado, la antropología cultural ha descubierto la existencia de diversas prácticas y creencias espirituales en las distintas culturas del mundo, mostrando la importancia que el espíritu tiene en la vida de las personas y cómo influye en su forma de pensar, sentir y actuar.

La neurociencia también ha hecho importantes avances en el estudio del cerebro humano, demostrando que existen áreas cerebrales relacionadas con la espiritualidad y la trascendencia, lo que apoya la idea de que el espíritu es una dimensión real y tangible del ser humano.

En conclusión, conocer al espíritu se ha vuelto cada vez más relevante en nuestra sociedad actual, ya que nos permite tener una visión más completa y profunda del ser humano. Esto nos permite comprender mejor nuestros propios procesos internos, nuestras relaciones con los demás y con el mundo que nos rodea. Además, esta comprensión puede ayudarnos a encontrar un mayor sentido y propósito en la vida, promoviendo una mayor armonía y bienestar.

El impacto de la filosofía inculcada en la humanidad se refleja en la forma en que las personas se perciben a sí mismas y a los demás, basándose en aspectos como el color de piel, los recursos económicos, el origen, la educación y la actividad laboral. A pesar de estas diferencias superficiales, todos están motivados por el mismo egoísmo, influenciados por una de las dos corrientes filosóficas griegas que han dominado el pensamiento humano. La sociedad valora la riqueza, la belleza, el poder y la fama, tanto para quienes los poseen como para quienes los anhelan.

Es hora de que las personas descubran una parte de sí mismas que no se basa en lo material ni en la razón, una parte que no promueve la supremacía de ningún individuo o grupo, sino que se enfoca en la vida o la muerte, la verdad o la mentira, la paz o la angustia, el bien o el mal. Esta parte de nosotros no es imaginaria, sino real y se puede conocer a través de la experiencia personal. No está sujeta a las limitaciones del tiempo ni del espacio, es eterna y nos da la libertad de tomar decisiones correctas si la reconocemos, mientras que su ignorancia nos encadena a la incertidumbre, los errores, la vanidad, el placer, la culpa y la soledad.

La comprensión de esta parte de nosotros requeriría un cambio en nuestra conducta y en nuestra forma de entender la vida. La filosofía que ha dominado nuestro pensamiento ha distorsionado nuestros propósitos, metas y objetivos. En lugar de enfatizar la inteligencia y los bienes materiales, deberíamos enfocarnos en nuestra esencia absoluta, lo que nos permite tener conciencia tranquila y experimentar verdadero amor, paz y gozo permanente, así como bondad, benignidad, mansedumbre y templanza. Estos valores universales y absolutos deben reemplazar la escala de valores superficial que hemos adoptado debido a nuestra ignorancia del espíritu.

El primer paso para este cambio de perspectiva es demostrar la existencia de nuestro espíritu como una parte esencial de nuestro ser. El alma, el espíritu y el cuerpo son tres partes definibles y comprobables que nos constituyen. Durante dos mil quinientos años, la filosofía nos ha enseñado que somos cuerpo y alma, ignorando la existencia del espíritu y confundiendo a la mayoría. El alma y el espíritu pertenecen a contextos distintos y podemos comprobar sus diferencias, lo que nos permite valorar la importancia del espíritu en nuestras vidas. Si no consideramos al espíritu en nuestra escala de valores, nuestra premisa mayor será el alma o el cuerpo, lo que nos llevará a buscar la gloria vana o los placeres y la belleza aún más vanos. En cambio, si valoramos el espíritu, podemos alcanzar la verdadera justicia, la perfecta paz y el gozo, que son las fuentes de la felicidad que todos anhelamos.

Introducción

"El Universo Espiritual" recibe su nombre debido a un convencionalismo, aunque bien podría llamarse Dimensión Espiritual o Contexto Espiritual. Sin embargo, debido a que es absoluto y no relativo como lo material, es completamente distinto y, por lo tanto, no es conveniente considerarlo de esa manera para su análisis. Podríamos mencionar que el Universo es una expresión del Espíritu y, por lo tanto, el universo espiritual contiene la razón y la forma de lo que conocemos, o dicho de otra forma, es Dios, su concepto y su expresión. A pesar del escepticismo que ha negado sistemáticamente la existencia del Creador, es necesaria una demostración científica de su existencia para fundamentar adecuadamente esta tesis.

Esto me recuerda a un juego en el que se deben unir cuatro puntos enmarcados en un cuadro con dos líneas rectas. La respuesta está en unir las rectas por fuera del cuadro que enmarca los cuatro puntos. De la misma manera, la visión del hombre ha estado enmarcada por criterios limitados. Pero si ampliamos nuestros límites con un concepto más grande que ser sólo cuerpo y alma, entonces podremos reconocer la maravillosa obra que cada uno de nosotros es y el Espíritu de Dios que potencialmente cada uno encierra.

El hombre se ha maravillado con los descubrimientos y redescubrimientos de los secretos del universo: las matemáticas, la geometría, la física, la biología y todas las ciencias naturales. Todo esto ha sido posible gracias a hombres con talento y con destino que estuvieron en el lugar y el tiempo en que sus facultades sirvieron para definirlos y explicarlos. Todos esos descubridores no eran mejores que cualquiera de nosotros. Aunque haya quienes piensen que poseer más talento o fortuna los convierte en un ser mejor que los demás, la verdad es que lo único que podría cambiar verdaderamente nuestro destino sería poder llegar a trascender a esta existencia. Pero para trascender no es necesario tener más talento o fortuna, lo que se necesita es hacer conciencia de todo nuestro ser. El espíritu puede llevarnos a la vida eterna y solo se necesita descubrir la existencia de lo eterno y comprender los principios que nos lleven a hacer conciencia de todo nuestro Ser.

Conocer el verdadero significado de los conceptos que aquí se manifiestan es un reto, porque implica poner en entredicho muchos juicios de valor que dictan nuestra conducta. Sin entendimiento, esto nos impide alcanzar la verdadera libertad, porque el ejercicio del libre albedrío parte del conocimiento que nos da la seguridad y libertad que queremos alcanzar. Por otro lado, la ignorancia es como la ceguera, nos incapacita, y quedamos a expensas de otros que basan su conducta en supuestos o, en el mejor de los casos, a expensas de aquellos que sí saben. Cuando nosotros mismos podemos conocer lo que es necesario para alcanzar la libertad espiritual, la única con la que podemos sentirnos verdaderamente libres.

El espíritu es la esencia fundamental de toda creación, es el origen de cualquier obra, el motor de todo cambio, la expresión de todo verbo y la intención detrás de cada manifestación. Va más allá de cualquier concepto o forma, ya que es el creador y la razón de ser de todo lo que existe.

Para fundamentar una tesis sobre la naturaleza del espíritu, no podemos basarnos en suposiciones o conjeturas. Es necesario partir de las evidencias para poder definir no solo lo que es espiritual, sino también la totalidad del Ser. Cuestionar los principios y la esencia misma de la filosofía nos obliga a buscar una comprensión más profunda y rigurosa, basada en la observación y el análisis riguroso de los fenómenos que nos rodean.

LAS SENSACIONES SON EVIDENTES

Las sensaciones son la base fundamental de esta tesis, ya que son universales y nos permiten distinguir entre lo físico, lo conceptual y lo espiritual. Podemos dividirlas en tres tipos: sensaciones físicas percibidas a través de los sentidos, sensaciones racionales reflexivas que son las emociones y sensaciones espirituales intuidas a través de los sentimientos.

Estas sensaciones nos permiten diferenciar entre el cuerpo, el alma y el espíritu, y determinar tres niveles de conciencia y realidad. Sin embargo, nuestra mente suele confundir las emociones con los sentimientos, y no sabe distinguir entre el alma y el espíritu. Es necesario comprender correctamente estos conceptos para poder entender la importancia del espíritu en nuestra vida.

El espíritu es trascendente e inmortal, pero sólo puede formar parte de nuestra realidad y vida si estamos conscientes y despiertos a él. Analizar la vida considerando al espíritu en su debido contexto puede revalorizar nuestros principios y valores. Conocer nuestro propio espíritu nos puede ayudar a comprender nuestro destino y propósito sin dogmas ni engaños.

En resumen, el universo espiritual es un universo casi inexplorado que encierra el cielo y el infierno, del cual somos parte y está formado. Es importante conocer nuestro espíritu para entender su papel en nuestra vida y en el universo en el que vivimos.

El análisis y la comprensión del universo espiritual no solo nos permite conocer nuestro destino y propósito, sino también comprender la verdadera naturaleza del ser humano y la realidad que nos rodea. La ciencia y la filosofía tradicional han intentado comprender la realidad a través de la observación y la razón, pero han ignorado la dimensión espiritual, lo que ha llevado a una comprensión limitada y a menudo errónea de la naturaleza humana y la realidad.

Al explorar el universo espiritual, podemos encontrar respuestas a preguntas fundamentales sobre la existencia humana, como por qué estamos aquí, cuál es nuestro propósito, cuál es el significado de la vida y cómo podemos vivir en armonía con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. También podemos descubrir las leyes que rigen el universo espiritual, que son tan reales y objetivas como las leyes físicas que rigen el mundo material.

En última instancia, la comprensión del universo espiritual nos permite vivir una vida más plena, satisfactoria y significativa, y nos ayuda a conectarnos con nuestra verdadera naturaleza y propósito. Al reconocer la importancia del espíritu en nuestra vida y en la realidad que nos rodea, podemos superar la confusión y la ignorancia que nos impiden vivir en armonía y en paz.

¿QUÉ SOMOS?

 Antecedentes:

Es cierto que la concepción del ser humano ha evolucionado a lo largo de la historia, y que diferentes culturas y corrientes de pensamiento han planteado distintas teorías acerca de lo que somos. Como se menciona, la concepción del ser humano como cuerpo, alma y espíritu es una creencia que se encuentra en la Biblia y que ha sido sostenida por algunos filósofos y teólogos a lo largo del tiempo. Por otro lado, también es cierto que otras corrientes de pensamiento han planteado una visión más reducida del ser humano, considerándolo solamente como cuerpo y alma.

Sin embargo, en la actualidad existen diversas corrientes de pensamiento y disciplinas que han ampliado nuestra comprensión del ser humano, y que consideran que somos mucho más que un simple cuerpo y alma. Por ejemplo, la psicología, la neurociencia y la antropología han aportado nuevas perspectivas acerca de la mente, la conciencia y la relación entre el cuerpo y la mente. Asimismo, corrientes filosóficas como el existencialismo, el humanismo y la fenomenología han planteado nuevas reflexiones sobre la existencia humana y la experiencia subjetiva.

En definitiva, aunque la concepción del ser humano ha evolucionado a lo largo de la historia y existen distintas teorías al respecto, la comprensión actual del ser humano es más amplia y compleja, y se basa en la integración de distintas disciplinas y corrientes de pensamiento.

Sin embargo, es importante mencionar que a lo largo de la historia, diferentes corrientes filosóficas y religiosas han propuesto diversas concepciones acerca de la naturaleza del hombre y su relación con el universo y lo divino.

Por ejemplo, en la India se desarrolló la filosofía Vedanta, que sostiene que el ser humano es en realidad la misma esencia divina que anima todo el universo, y que la separación entre el individuo y lo divino es solo aparente. En el Budismo, se sostiene que el ser humano no tiene una existencia permanente e independiente, sino que es una manifestación temporal y transitoria de la realidad última que es el vacío.

En la filosofía existencialista, se destaca la importancia de la libertad y la responsabilidad individual, y se considera que el ser humano es un ser condenado a la libertad, es decir, que está obligado a elegir y asumir las consecuencias de sus decisiones sin poder evadir su responsabilidad.

En la psicología y la neurociencia modernas, se ha estudiado la complejidad de la mente humana y se ha propuesto que el ser humano es un ser multidimensional, en el que se integran factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales.

En definitiva, la concepción acerca de la naturaleza del hombre es un tema complejo y multifacético, y ha sido abordado desde diferentes perspectivas a lo largo de la historia de la humanidad. Cada corriente filosófica y religiosa ha propuesto su propia definición, y en muchos casos, estas definiciones son complementarias o incluso contradictorias entre sí. Lo importante es mantener una mente abierta y crítica, y estar dispuesto a cuestionar las creencias y conceptos preestablecidos en busca de una comprensión más amplia y profunda de nuestra existencia.

Es cierto que la filosofía, al no tener un contexto absoluto y trascendente, se ha basado en la concepción de cuerpo y alma para explicar la existencia humana. Sin embargo, es importante destacar que existen corrientes filosóficas que han buscado trascender esa concepción y han propuesto un enfoque más integral de la existencia, que incluye tanto lo material como lo espiritual.

Además, es importante tener en cuenta que el conocimiento espiritual no necesariamente debe ser visto como algo opuesto o separado del conocimiento material y científico. De hecho, muchos filósofos y científicos han explorado la relación entre la ciencia y la espiritualidad y han propuesto una integración de ambas perspectivas para comprender mejor la complejidad de la existencia humana.

En definitiva, la búsqueda de un propósito y un destino eterno en la vida es un tema central en la filosofía y la espiritualidad, y ambas disciplinas pueden ofrecer herramientas y enfoques complementarios para abordar estas cuestiones.

En definitiva, sin un fundamento espiritual, la filosofía y la antropología humana no pueden ofrecer una respuesta completa a las preguntas fundamentales sobre la existencia humana y su propósito. Es necesario reconocer que la verdadera naturaleza del hombre se encuentra en su esencia espiritual, y que ésta es la clave para comprender su origen y su destino.

Por lo tanto, es importante buscar un conocimiento espiritual que nos permita comprender nuestra verdadera naturaleza y propósito, y que nos guíe en nuestra búsqueda de significado y realización en la vida. Este conocimiento espiritual no puede ser encontrado en los límites de la razón y la ciencia, sino que debe ser buscado en la experiencia personal y en la conexión con la fuente de todo lo que existe.

En resumen, para comprender la existencia humana de manera completa, es necesario ir más allá de la mera apariencia material y reconocer la existencia de una realidad espiritual que fundamenta y da sentido a todo lo que somos y hacemos. La búsqueda del conocimiento espiritual es esencial para encontrar un propósito y significado en la vida, y para vivir en paz y armonía con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.

Entonces, según esta tesis, somos una combinación de cuerpo, alma y espíritu, lo que nos permite entender nuestra verdadera naturaleza y propósito. A diferencia de las otras teorías, esta tesis sugiere que es posible trascender como individuos y alcanzar una realización espiritual.

 

Evidencias:

Las evidencias son el punto de partida de cualquier conocimiento cierto, ya que si partimos de un supuesto, éste por definición es cuestionable. Pero, por desconocer los fundamentos, ha sido necesario sostener los conocimientos en supuestos. Sin embargo, el conocimiento de qué, por qué y para qué somos debe ser elemental, basado en evidencias y fundamentando todo lo demás que se pudiera saber. Aun así, la mayoría de los conocimientos (en cuanto al ser) están sustentados en suposiciones vagas y sin fundamento, motivo de la mayoría de las equivocaciones, ya que son consideraciones ajenas a las propias evidencias.

Es necesario definir correctamente lo que somos como seres humanos para poder tener un conocimiento cierto y sistemático sobre nuestra existencia. Para ello, es importante considerar la existencia en un contexto absoluto, que nos permita entender tanto la experiencia como la esencia de nuestra existencia.

La ciencia se ha basado en la experiencia física, pero el espíritu no estaba definido como un contexto distinto del alma, lo que ha llevado a la adopción de premisas falsas como "Pienso, luego existo" o "Nada es verdad ni es mentira". Además, la falta de un contexto absoluto ha llevado a la relativización de conceptos como el bien y el mal.

Es importante cuestionar estas premisas y definir correctamente los contextos del alma, el espíritu y la existencia física para tener un conocimiento cierto sobre lo que somos. La existencia no se origina a partir del yo, sino en otro contexto que da origen a toda razón y obra. Además, la realidad existe para todos y la imaginación no deja de ser un acto personal y representan aspectos distintos en la conciencia.

En resumen, es necesario definir correctamente los contextos de la existencia para tener un conocimiento cierto y sistemático sobre nosotros como seres humanos.

Un concepto universal se aplica sin excepción a todos los que implica. Es evidente, y la prueba la tenemos en nosotros mismos sin lugar a dudas. Por ejemplo:

Evidencia: Yo existo.

Consecuencia: Sé que existo.

Por lo tanto: No necesito comprobar mi existencia.

Se ha complicado a tal extremo la explicación de nuestra propia existencia con teorías que se ha olvidado lo evidente, lo que no necesita comprobación, lo que se debería aceptar sin cuestionar. Pero en el afán de encontrar las respuestas en la imaginación, se han visto envueltos en un alucinante síndrome, perdiendo el elemental discernimiento de lo simple y evidente, "la conciencia", que es lo más valioso de la razón.

Cuando se dice que las respuestas están dentro de uno mismo, no significa que tenemos que diseccionarnos para saberlas, ni tampoco que se encuentran en los sueños. Lo que significa es que a partir de lo que sentimos, podemos discernir nuestro significado, origen y propósito, porque es un conocimiento evidente. Algunos considerarán esto como un insulto a los grandes sabios de la humanidad que han tratado de comprobarlo científicamente, pero solo a través de sus apariencias.

La humanidad está inmersa en una crisis existencial por tratar de explicarlo todo a través de los sentidos, ya que se ha adoptado la afirmación aristotélica de que "sólo a partir de los sentidos se puede obtener un conocimiento cierto". Sin embargo, las sensaciones no se limitan únicamente a los sentidos, sino que también incluyen las emociones y los sentimientos. En medio de miles de millones de seres humanos que desconocen su origen y destino, es necesario reconocer que las teorías mal fundamentadas han llevado a graves errores en las ideas que intentan explicar la concepción de nosotros mismos. Además, estas ideas mal fundamentadas tienen consecuencias mucho más graves cuando se aplican en la toma de decisiones.

En la búsqueda de sentir que servimos para algo, hemos sido capaces de sacrificar nuestros sentimientos por la vanidad, hemos renunciado a nuestra paz, todo por la codicia y la maldad. De esta manera, nos hemos convertido en una plaga llena de maldad y estamos condenados.

Para poner en claro estos conceptos, hay que regresar a lo elemental, distinguiendo de acuerdo a las sensaciones el origen de los diferentes fenómenos, ya que dependiendo del contexto en que se desarrollen sentiremos de manera distinta, dividiéndose en tres tipos:

Las que percibimos con los sentidos de los fenómenos físicos.

Las que discernimos de los conceptos, que a su vez son fenómenos racionales, en emociones.

Y las que intuimos con los sentimientos, de los fenómenos espirituales.

Sentidos, emociones y sentimientos que forman el universo de sensaciones que podemos conocer. Si podemos distinguir estas evidencias, podremos también descubrir los principios que rigen en los diferentes contextos.

 

Conócete A Ti Mismo

Para poder preguntarnos "¿qué somos?", tenemos que partir de la realidad de nuestra existencia, ya que aunque no se pudiera explicar, somos evidentes a nosotros mismos.

A lo largo de nuestra vida, hemos sido testigos de costumbres, tradiciones y culturas muy distintas, en busca de la verdad que nos identifique como seres humanos. A través de estudios sociológicos, psicológicos y prácticamente todas las ciencias, se busca resolver los enigmas de la humanidad, descubriendo que lo que nos une como una sola especie no es el color, ni el idioma; tampoco las tradiciones, ni la religión. Más bien, son los lazos más simples y profundos que nos unen, ya que somos seres humanos, esencialmente iguales física, mental y espiritualmente porque sentimos lo mismo. Los sentidos, las emociones y los sentimientos son el lenguaje que nos identifica y nos liga universalmente a todos.

Es importante aclarar que el sentido en que se utiliza el término "sentimientos" no se refiere a la particular sensibilidad hacia las emociones, sino a toda una entidad como lo son los sentidos. Los sentimientos son como los sentidos, sensaciones que intuimos desde el espíritu, sensaciones que en muchos aspectos se han quedado sin una explicación razonable. Esto se debe a que no se había acertado en saber lo que son los sentimientos, por lo que tampoco se acertó al explicar todo lo que somos, ni por qué ni para qué.

 

Las Sensaciones

El discernimiento es la herramienta que nos permite distinguir entre emociones y sentimientos, ya que ambos son sensaciones que nos permiten conocernos y diferenciar lo físico de lo racional y espiritual. A pesar de que tienen orígenes distintos, los cinco sentidos son la base de la percepción física que nos rodea y nos ayudan a definir los conceptos que nos permiten identificar y comunicar nuestras experiencias. Desde una perspectiva psicológica materialista, los sentidos son partes físicas del cuerpo que son estimuladas por el entorno y que traducen y codifican estos estímulos en señales que el cerebro interpreta. Sin embargo, esto no puede explicar la subjetividad de los conceptos, lo que sugiere la necesidad de añadir la variable del "alma" para reconciliar estas incógnitas.

Las emociones son respuestas racionales ante distintas circunstancias. Estas se manifiestan al reflexionar sobre un concepto y variando de acuerdo con su significado. Las emociones se reconocen físicamente en el cerebro, específicamente en el tálamo e hipotálamo, y estimulan al cuerpo para prepararlo. A su vez, producen sensaciones que hacen reflexionar nuevamente al alma. Independientemente de las sensaciones que se producen, se motivan las expresiones corporales, racionales y espirituales. Es por ello que las personas que han sufrido una lesión en el tálamo e hipotálamo pueden carecer de las sensaciones pero continúan expresándose física, mental y espiritualmente.

Los sentimientos, por su parte, son sensaciones que tienen su origen en lo que intuimos espiritualmente y que nos permiten captar la esencia de las cosas y de nosotros mismos. A diferencia de los sentidos y las emociones, los sentimientos no son obvios, sino que deben ser captados a través de la intuición espiritual. Si se desconoce este origen, los sentimientos pueden confundirse con las emociones y, por lo tanto, malinterpretarse.

 

El Conocimiento

Históricamente, se han confundido los sentimientos y las emociones, ya que el alma produce emociones al sentir los sentimientos. Las emociones se manifiestan físicamente al reconocerlas en el cerebro, en un elaborado proceso en el que interactúan las tres partes de nuestro ser, desde su esencia hasta su respuesta física que se conceptúa en el alma. Sin embargo, aun cuando estas sensaciones racionales no se produjeran, los sentimientos seguirán presentes, ya que tienen su origen en el espíritu y no en el alma.

Las tesis psicológicas han considerado al espíritu de manera superficial, como una cualidad del alma. Las más avanzadas lo han llamado el gran misterio del alma, lo cual ha descartado el hecho de que el espíritu sea otra parte de nuestro ser independiente del alma. Aun cuando exista una intrínseca relación entre éstos, son distintos en verdad y podemos distinguirlos en nuestra conciencia, ya que lo que sentimos desde cada parte de nuestro ser también es diferente y se puede distinguir. Pero por esa confusión es que la psicología ha buscado en los sueños y la sugestión la solución a los problemas espirituales, y no ha encontrado esa respuesta. Aunque es cierto que estos problemas afectan directamente al alma, la respuesta no está en el alma, sino en el espíritu. Por lo tanto, es imposible que por medio de la sugestión o la interpretación de sueños, se puedan resolver la culpa, la angustia o el odio, que se originan espiritualmente. Cuando mucho, podrán ser un paliativo eludiendo la verdad.

Las sensaciones que podemos distinguir y conocer, se pueden representar de la siguiente manera:

Los sentimientos, las emociones y los sentidos son el fundamento de lo que podemos conocer de la realidad de todo nuestro ser. Ninguna de estas sensaciones es ajena a la otra, ya que nos afecta lo que nos pasa en los tres niveles de conciencia: si nos duele la cabeza, si somos rechazados o si nos mienten. Somos un todo conformado por las tres partes que nos constituyen:

Con los "cinco sentidos" conocemos y reconocemos la realidad física.

Con las "emociones" la realidad del alma.

Y con los "sentimientos" la realidad espiritual.

Los sentidos no son el cuerpo, ni los sentimientos son el espíritu. Estos, como las emociones, son la forma racional que nos comunica con los tres contextos de los que somos parte y que nos constituyen.

 

La comunicación

La comunicación es una forma de expresión que utilizamos para transmitir conceptos racionales, acciones físicas e intenciones espirituales en respuesta a los estímulos que recibimos. Estas expresiones nos dividen en cuerpo, alma y espíritu, y cada una de ellas es esencial para nuestra forma de comunicarnos.

Los conceptos son elementos que forman nuestra alma y se crean a través del discernimiento y la razón. Al igual que la materia forma nuestro cuerpo y las intenciones forman nuestro espíritu, nuestros conceptos son objetivos y subjetivos al mismo tiempo, ya que se desarrollan en un plano subjetivo, pero son tan verdaderos y ciertos como los objetos en lo material, cuando parten de la realidad. También pueden partir de la inteligencia y la imaginación en el que la creatividad se usa para transformar la realidad.

Las intenciones son la esencia espiritual de los eventos en los que participamos y son la base de nuestras acciones. Las intenciones no solo se manifiestan en nuestras acciones, sino también en todo lo que ha sido hecho, lo que nos permite discernir el espíritu de nuestras obras.

Las acciones que realizamos son la manifestación física de nuestras intenciones y se generan en un tiempo y espacio determinado. Estas acciones son el resultado de todos los eventos que se conciben en el alma y se expresan en el cuerpo.

Al comprender que somos cuerpo, alma y espíritu, podemos entender que nos expresamos en cada uno de estos contextos. La comunicación se manifiesta de manera diferente en cada uno de ellos y puede ser física, conceptual o espiritual.

Es importante tener en cuenta que nuestra forma de comunicarnos puede reflejar nuestra conciencia de nuestro propio espíritu y la trascendencia de su significado. Si solo consideramos la existencia de nuestro cuerpo material y tratamos de fundamentar nuestros actos en lo intrascendente, lo vano y lo efímero, estamos negando la importancia y trascendencia de nuestras intenciones y, por lo tanto, podemos estar experimentando una forma de muerte en lugar de vida.

 

Conclusiones

Con estas consideraciones, podemos concluir que para su análisis, el hombre es cuerpo, alma y espíritu, y para su síntesis, es cuerpo-alma-espíritu.

Hacer un análisis parcial y limitado del Ser impide una verdadera comprensión de nuestra realidad por falta de perspectiva, y nos limita de forma tal que la única existencia que consideramos para nuestra toma de decisiones es la de nuestro cuerpo mortal. O consideramos la imaginación como algo real, como si la imaginación nos pudiera llevar a la eternidad. No seamos ilusos, la imaginación no es real, no pretendamos cifrar nuestra esperanza en ella. Por lo tanto, sabiendo la real existencia del espíritu, entendamos que:

Al contexto material lo sentimos con los sentidos manifestándose en acciones.

Al contexto racional lo sentimos en emociones manifestándose en conceptos.

Y en el contexto espiritual lo sentimos con los sentimientos manifestándose en intenciones.

Entendiendo que la razón por la que existe la confusión entre las emociones y los sentimientos es que la razón, estando constituida por conceptos y significados, y siendo las emociones reflexiones sobre los significados de los conceptos, se confunde con los sentimientos. Los sentimientos son sensaciones que podemos conceptualizar porque existen independientemente del concepto y la reflexión que hagamos de ellos. Y si puntualizamos su análisis es porque al confundir las emociones con los sentimientos, se pierde la noción de la realidad espiritual en la que nos encontramos.

Estar conscientes, sabiendo lo que somos en verdad, es el primer paso para una vida sana y buena, espiritual, mental y física. ¿Cómo podemos cuidar lo que no conocemos? ¿Cómo podemos entender el daño o el beneficio de nuestras intenciones si no forman parte de nuestro Ser? De la misma forma que el cuerpo necesita nutrientes para conservar la salud y el bienestar, el alma necesita conocer para ser eso que conoce y entiende, para tener la libertad de decidir en conciencia lo que mejor le conviene. Porque el espíritu necesita sentir paz y gozo que son el fruto de la vida espiritual a la que podemos aspirar. Pero si no entendemos la existencia del espíritu como algo real, ¿cómo vamos a valorar la paz y el gozo como algo valioso?

El conocimiento del espíritu no solo nos brinda el entendimiento de lo que sentimos, sino que también nos da la posibilidad de reconsiderar nuestra existencia en función de la esencia, que tiene su origen en otra parte de nuestro ser, pero que también podemos sentir y nos puede afligir o dar gozo, formando parte intrínseca de nuestra existencia. Con este conocimiento podemos comprender para que pase a ser parte de nuestro Ser, porque mientras no lo sepamos de cierto, no podemos estar conscientes ni despiertos en nuestra realidad de su existencia, que es trascendente y por lo mismo, verdaderamente valioso e importante. Para que, sabiendo la existencia de nuestro propio espíritu, entendamos nuestros alcances y expectativas como seres espirituales. Si lo comprendemos, podemos reconocer el verdadero significado de nuestras intenciones y su importancia en la toma de decisiones.

En resumen, podemos decir que el conocimiento y la comprensión de nuestra existencia como seres espirituales, no solo nos permite tener una vida más sana y buena a nivel espiritual, mental y físico, sino que también nos brinda la posibilidad de tomar decisiones más conscientes y responsables, teniendo en cuenta la esencia de nuestros actos y el impacto que estos tienen en nuestra vida y en la de los demás.

Es importante recordar que nuestra existencia no se limita al cuerpo mortal o a la imaginación, sino que somos seres complejos y multidimensionales, con una esencia espiritual que forma parte intrínseca de nuestra existencia y que nos permite sentir y experimentar la vida de manera más profunda y significativa.

En definitiva, el conocimiento y la comprensión de nuestra existencia espiritual nos permite vivir de manera más plena y consciente, tomando decisiones más responsables y conscientes, y permitiéndonos experimentar la vida de manera más profunda y significativa.

 

¿POR QUÉ SOMOS?

Antes de continuar con la disertación sobre las sensaciones, es importante establecer algunos criterios para poder comprender con certeza la verdad detrás de cada una de ellas. No podemos dudar a cada paso, sino que debemos ser capaces de establecer los principios que nos lleven a descubrir el propósito y destino de nuestro ser con cada una de esas sensaciones.

Es esencial comprender que nuestras sensaciones son una herramienta valiosa para conocer nuestra realidad interna y externa. Sin embargo, debemos ser cuidadosos al interpretarlas, ya que pueden ser influenciadas por factores subjetivos como nuestras emociones y creencias. Por lo tanto, es importante establecer criterios objetivos para evaluar nuestras sensaciones y entender la verdad que contienen.

En resumen, para comprender el propósito y destino de nuestro ser a través de nuestras sensaciones, debemos establecer criterios objetivos y tener cuidado al interpretarlas. Solo así podremos aprovechar plenamente su potencial para nuestro desarrollo personal.

La existencia es un tema fundamental que nos lleva a cuestionarnos el propósito de nuestra existencia. Aunque no podemos decidir "ser", podemos reconocer y aceptar nuestra existencia, que es algo que está más allá de nuestra voluntad. Como seres humanos, nuestras características y forma son obra de nuestro creador, tanto en su esencia como en su ciencia y apariencia.

Frecuentemente, nos preguntamos si somos obra de la casualidad o de una creación inteligente, si hay un Dios creador o si la madre naturaleza es la responsable. Sin embargo, las teorías de la evolución han hecho que aceptemos suposiciones falsas como ciertas. La selección natural y la casualidad no pueden dar como resultado ninguna criatura sin la voluntad, ya que la intención y la razón son cualidades necesarias para la creatividad. Por lo tanto, no podemos ser obra de la casualidad, ya que si existe voluntad, no es evolución sino creación.

Hemos descubierto solo una parte de lo que somos, lo que demuestra que no somos autores de nosotros mismos. La creatividad es un acto inteligente y voluntario, y nosotros como seres humanos tenemos esa cualidad. Desde el lenguaje hasta las computadoras, las obras de arte y los personajes de novela son creación, no evolución. Así como cada computadora se crea de manera distinta, cada ser humano también es creado de manera única. Nosotros fuimos creados voluntaria e inteligentemente por nuestro creador al que yo llamo Dios. Como seres únicos y creativos, hemos sido creados a imagen y semejanza de nuestro creador.

Negar la existencia de Dios es negar nuestra propia voluntad y creatividad. Aunque Dios puede ser solo un supuesto para algunos, con un poco de sentido común y entendiendo las cualidades de nuestra creatividad, podemos entender que solamente Dios pudo habernos creado. Reconocer que somos creación y concepto de Dios es esencial para conocer más del poder, la sabiduría y el amor de nuestro creador.

En conclusión, nuestra existencia es obra de nuestro creador, y la creatividad es una cualidad que nos define como seres humanos. Para conocer a nuestro creador, es necesario desechar teorías falsas y aceptar que somos creación y concepto de Dios.

 

La Concepción De Las Cosas

La filosofía, al tener la perspectiva de análisis basada en los preceptos aristotélicos, procura explicar en función de las obras materiales la razón de la existencia. Por ello, se ha analizado al ser en función del cuerpo, pero también, al considerar los conceptos platónicos, se ha procurado explicarnos a través del alma. No se consideró al espíritu en esas explicaciones debido a la ignorancia de su existencia. Para comprender el verdadero origen, es necesario entender la diferencia entre lo espiritual y lo racional.

Consideremos que las sensaciones son la información que recopilamos en el alma. Son los datos con los que concebimos los conceptos y empezamos a construir, de manera consciente, la realidad. Sin embargo, también tenemos la memoria y la imaginación, herramientas que necesitamos para construir nuestra identidad y desarrollar nuestra creatividad.

El problema en la construcción de nuestra identidad surge cuando no se disciernen correctamente esas sensaciones, porque los procesos de aprendizaje no son tan simples. Además, no estamos solos; somos completamente dependientes durante una buena parte de nuestra vida, especialmente en nuestra infancia y adolescencia. Son nuestros padres y maestros quienes llevan la responsabilidad de inculcar los preceptos del conocimiento, los principios y valores, no solo las tradiciones y costumbres. Por lo tanto, si esos preceptos que nos inculcan son fruto de la imaginación y carecen de fundamento para que podamos hacer conciencia de nuestro ser, entonces la construcción de nuestra identidad y de nuestra realidad se verán limitadas, porque esos registros que sirven para el entendimiento y para la comunicación han carecido de la certeza necesaria para construir la realidad y brindarnos la seguridad de nuestra identidad.

Algunos piensan que de la expresión física (de las obras) surge toda la experiencia racional. Sin embargo, si consideramos que para que ocurra la expresión es necesario el concepto que le dé forma, entonces es al contrario. Es de la experiencia racional de donde surge toda la expresión material. Los lentes, las grabadoras, las computadoras, las plumas, son conceptos del hombre, como el aire, la materia, la energía, los planetas, las galaxias y nosotros mismos, somos conceptos de Dios. Pero antes de la razón es necesaria la intención, que es la esencia misma de las obras. Por tanto, es en el Espíritu donde surge toda la expresión racional. Los actos constructivos bien intencionados tienen su origen en el Espíritu del Creador, y los destructivos malos en esencia tienen su origen en el alma que no conoce a Dios y no puede considerar a la esencia de Dios como algo valioso e importante en su escala de valores para su toma de decisiones. Debido a que no hay conciencia de lo eterno, sólo se puede considerar lo vano, lo efímero e intrascendente, lo que no puede darle un sentido correcto a sus razones y a sus obras.

Existe una pequeña, pero importante, diferencia entre pensar y obedecer una serie de instrucciones, siendo la diferencia pequeña desde la perspectiva de los materialistas y grande desde la de los existencialistas. Los materialistas consideran que las computadoras tienen alma, de acuerdo con la tesis aristotélica que sostiene que el cuerpo y el alma son una misma sustancia. En cambio, los existencialistas, según la tesis platónica, afirman que tanto el cuerpo como las computadoras son instrumentos del alma, pero no son el alma en sí misma. Para analizar las diferencias entre lo físico y lo conceptual, podemos considerar la tesis platónica, pero para comprenderlo es necesario hacer una síntesis de acuerdo con la tesis aristotélica, ya que en realidad son dos cuestiones distintas que se unen en una relación intrínseca.

Así como debemos distinguir para su análisis entre el cuerpo y el alma, también debemos distinguir entre lo racional y lo espiritual. No podemos utilizar las tesis platónicas o aristotélicas porque no somos solamente cuerpo y alma. Si distinguimos las diferencias entre los conceptos y las intenciones, podemos reconocer sus diferencias. Podemos usar una misma idea con intenciones completamente distintas, lo que nos permite comprender que el alma y el espíritu son distintos.

El cuerpo y el alma tienen una relación intrínseca con el espíritu, pero su plano de relación es subjetivo, real y verdadero, aunque subjetivo. Los objetos no son lo único que existe, las ideas y la esencia también existen. Esto es precisamente lo que estamos tratando de establecer, porque para conocer lo espiritual debemos analizar por separado cada parte, sabiendo que para su comprensión es necesaria su síntesis en un solo ser, que en este caso somos nosotros.

El cuerpo pertenece a un universo de objetos, el alma a un universo de conceptos y el espíritu a un universo de intenciones. El cuerpo es objetivo, el alma conceptual y el espíritu es esencial. Si el objeto surge del concepto, entonces el cuerpo es una concepción y el alma, al igual que el cuerpo, es una creación del Espíritu de Dios. El cuerpo no es sólo la materia que lo constituye, sino la forma que toma al inferir la idea sobre la materia y la intención manifiesta de su creador. Si el concepto surge de la intención, entonces el alma también es una creación de Dios.

El hecho de no estar conscientes del espíritu como entidad no significa que no esté presente desde antes de la formación del cuerpo y el alma. Hay muchas cosas que no entendemos de lo que somos, incluso del cuerpo que es lo que más se ha estudiado y se conoce. Existen grandes lagunas en el conocimiento humano, pero eso no significa que no estén y que no sean.

El espíritu de cada uno no es algo inexistente, ni imaginario. Sin embargo, se le tiene que concebir en la mente de manera muy diferente al cuerpo y al alma. Es un ente de un contexto distinto, porque el espíritu pertenece a un contexto subjetivo, absoluto e intencional. Es el principio y fin de todas las obras que puedan existir en los contextos racional y material (conceptos y obras).

El Espíritu es el principio, es el verbo, el motivo que da origen a la creación de los conceptos que integran la razón. Es el origen del objeto material en que se expresa (porque la materia no es objetiva hasta que se ordena conceptualmente). Y aunque no todas las ideas se materializan en obras, el contexto racional contiene los conceptos de todas las obras que existen materialmente y los que se quedan como solo ideas. Pero es en el Espíritu donde tienen su origen todos los conceptos. No todas las intenciones se transforman en conceptos, pero todas tienen su origen en la intención, porque es donde se encuentra la esencia de la vida... el verbo.

Los tres contextos están íntimamente relacionados: "Lo que se ve fue creado por lo que no se veía".

La distinción entre los sentimientos y las emociones es importante para comprender la existencia de Dios y el papel que juega en nuestra vida espiritual. Los sentimientos son las sensaciones que experimentamos en nuestro espíritu, como la paz, la alegría, el amor y la gratitud. Estas sensaciones no son conceptos, sino experiencias reales que se originan en nuestro espíritu y que pueden ser experimentadas y comprendidas.

Las emociones, por otro lado, son conceptos que se basan en la interpretación que hacemos de nuestros sentimientos. Por ejemplo, si experimentamos una sensación de tristeza, podemos interpretarla como una emoción de dolor, pesar o desesperación. La confusión entre sentimientos y emociones ha llevado a la negación de la existencia de Dios por parte de la ciencia y a la falta de comprensión de su papel en la religión.

Para hacer conciencia de Dios es necesario comprender que nuestras sensaciones y sentimientos tienen su origen en nuestro espíritu, que es una parte esencial de nuestra existencia. Esta comprensión nos permite distinguir entre los sentimientos y las emociones y a experimentar y comprender la presencia de Dios en nuestras vidas.

Reflexionemos sin imaginar lo que es el espíritu. Así como la materia no es obra de nuestra razón o imaginación y existe independientemente de nuestra voluntad, de igual forma el espíritu existe. Pero si no entendemos su contexto, no podemos comprender los sentimientos como algo real y verdadero, ni podemos definir términos como el amor, la verdad, el egoísmo o el pecado. Solo entendiendo lo que es el espíritu y lo que representa, y el contexto en el que se define, estos términos obtienen su verdadero significado.

Esta falta de conocimiento es la razón por la que los problemas mentales originados en el espíritu no han tenido solución mediante el uso de estimulantes o la sugestión. Los filósofos, cuya tesis es la necedad, y los psicólogos, cuya tesis es la sugestión, desconocen lo espiritual. Por eso, escuchamos tantas frases sin sentido ni explicación que solo producen miedo, porque le tememos a lo que no conocemos.

El alma de cada uno de nosotros, cuando se conforma a partir de las sensaciones, construye, crea y discierne conceptos. Memorizamos, reflexionamos e imaginamos experiencias, reconocemos las intenciones de los que nos rodean y nos expresamos de diferentes maneras según los conceptos que adquirimos. Estas expresiones tienen su intención, su reflexión y su expresión corporal, con una lógica definida.

La concepción del alma.

Cuando aprendemos desde lo evidente, el alma tiene una manera de aprender definida, con una lógica estructurada desde su creación. Conocerla es imprescindible para su correcta utilización, ya que el alma, al igual que el cuerpo, son los instrumentos con los que contamos para conocer y expresar lo que somos en esencia: nuestras intenciones. De otra forma, solamente somos un pedazo de carne sin esperanza, que sirve a la carne como su única existencia, y que, si en verdad es lo único que entendemos como vida, el destino es la muerte, ya que todo lo que nace, muere.

Conozcamos al espíritu que late en nosotros, del cual somos parte y estamos formados, para poder trascender esta forma vana que ha gobernado nuestro entendimiento, y seamos los seres espirituales y eternos que hemos sido llamados a ser. Si consideramos al Espíritu, estaremos escogiendo la vida eterna con nuestras intenciones. Seamos más que una obra y despertemos a la vida que llevamos dentro. Hagamos conciencia de la verdad y la vida que Dios nos quiere dar.

 

El Conocimiento

Para lograr un entendimiento correcto sobre el porqué y para qué de nuestras vidas, es fundamental analizar los tres tipos y niveles de conocimiento que existen. El conocimiento es donde se debe develar el misterio del Universo Espiritual y las respuestas a todos los demás misterios que se nos puedan presentar. Si es del Espíritu de donde surgen todos los conceptos que a su vez dan origen a todas las obras, entonces conocer al Espíritu es saber la esencia de la vida y reconocer el propósito de quien nos creó. La búsqueda de ese conocimiento en sí es la causa más elevada que el hombre puede tener consigo mismo, ya que al conocer al espíritu se encuentra la verdad, la libertad, la esperanza, la certidumbre y la seguridad, que son el fundamento de la felicidad perdurable y verdadera.

El conocimiento se divide en tres tipos: físico, racional y espiritual, y se desarrolla en tres niveles: empírico o del sentido común, sistemático o de la razón y esencial o del espíritu. El conocimiento empírico se adquiere a través de las evidencias que proporcionan las sensaciones, distinguiendo las características que podemos conocer física, racional o espiritualmente, y recreando los conceptos de los diferentes eventos del alma, lo que constituye el primer nivel de conocimiento. El conocimiento sistemático se realiza al comprobar los conocimientos empíricos, lo que sucede al repetirse un evento, y se reflexiona sobre el mismo desde la imagen que en la memoria se tiene, lo que lo sistematiza. El conocimiento esencial se forma al intuir las motivaciones de cada cosa que vamos conociendo, cuando reconocemos las intenciones con las que se hicieron las cosas.

El conocimiento físico es empírico al conocer los datos proporcionados por los sentidos, conceptualizando lo material, distinguiendo los objetos y la apariencia de los mismos. Es sistemático al razonar sobre las leyes que rigen a la materia y las relaciones que existen entre sus diferentes eventos, y es esencial cuando se conoce el propósito y motivo que dio origen a las obras.

El conocimiento conceptual es empírico cuando conceptuamos lo que sentimos y comienzan las emociones por los conceptos que se desprenden del universo racional, ya que dependiendo de la sensación valoramos al concepto reaccionando ante el evento. Es racional cuando se reflexiona sobre las ideas, como en el caso del lenguaje (que es subjetivo), que reglamenta el uso de la razón y su estructura. Y es esencial en el momento en que se descubre el propósito, motivo e intención de la razón en sí misma.

El conocimiento espiritual es empírico en cuanto a que se intuye con los sentimientos, permitiéndonos distinguir entre las intenciones, sintiendo el bien o el mal, el amor o el odio de quienes nos rodean. Es racional cuando somos capaces de distinguir el bien y el mal en nuestro entorno y en nosotros mismos, juzgando los actos en función de sus intenciones para con nosotros y de nosotros para con los demás. Sin embargo, es espiritual cuando descubrimos la razón fundamental detrás de la intención en sí misma. Lo que se juzga no es un acto en particular, sino todos y cada uno de los eventos que podrían suceder, sujetos a la esencia misma de la vida. Es entonces cuando descubrimos el propósito de todas las cosas, es decir, el conocimiento que también nos permite comprender el propósito del cuerpo y del alma, que es conocer a Dios y el propósito de nuestro propio espíritu: ser como Él es y ser verdaderamente sus hijos.

Conclusiones

¿Por qué existimos? Porque Dios nos creó.

¿Por qué somos cuerpo, alma y espíritu? Porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, lo que nos da la capacidad de crear y manifestar nuestras intenciones en obras. La relación entre el espíritu, el alma y el cuerpo es fundamental en todas las acciones que realizamos, ya que sustentan y fundamentan nuestras decisiones. Sin embargo, el espíritu es solo una ilusión hasta que se despierta en el entendimiento, y a menudo lo ignoramos en favor de nuestras obras y deseos terrenales. Si no somos conscientes de nuestra esencia espiritual y de su trascendencia, es difícil considerarla como algo valioso en nuestra toma de decisiones.

La relación entre el espíritu y el alma es más importante de lo que comúnmente se cree. Si nos enfocamos demasiado en las apariencias y descuidamos las intenciones, nos arriesgamos a luchar por conseguir cosas a expensas de nuestros sentimientos. Pero el sufrimiento espiritual es muy real y puede afectar incluso más allá de los límites físicos de nuestro cuerpo, afectando nuestro alma de forma negativa. El espíritu no está sujeto a las limitaciones del tiempo y del espacio, y su relación con el alma trasciende más allá de la eternidad. Por tanto, es importante ser conscientes del valor de este sufrimiento y valorar nuestros sentimientos para conducirnos de forma que no tengamos que arrepentirnos más tarde. Cuando nos volvemos conscientes del espíritu, este empieza a formar parte de nuestra existencia y nos lleva a alcanzar la paz y el gozo que hemos perdido en nuestras vidas.

Si bien fuimos creados como cuerpo y alma, esta perspectiva de análisis es parcial y limitada. La verdad es que hasta que no tengamos conciencia del espíritu, este no formará parte de nuestra vida ni de nuestro ser, aunque exista. El alma solo vive para lo que conoce y entiende, por lo que solo cuando tengamos esta conciencia podremos considerarnos seres espirituales. La falta de esta conciencia nos deja con muchas preguntas e incertidumbres que no podemos responder desde nuestra perspectiva actual. Por tanto, es importante reflexionar sobre nuestra existencia como seres espirituales y tomar en cuenta esta dimensión en nuestras decisiones y acciones.

 

¿PARA QUÉ SOMOS?

¿Para qué existimos? ¿Por qué vivimos? ¿Cuál es nuestro propósito? Desde la perspectiva del tiempo cósmico, nuestro propósito parece insignificante: diez mil años de historia frente a los catorce mil millones de años del universo no son nada. Nuestra existencia como seres humanos se limita a unos pocos años. Sin embargo, existe un contexto diferente, uno que no está limitado por el tiempo y el espacio, en el que podemos vivir eternamente. La vida es poder, un poder que transforma la existencia. La vida transformó al mundo para que nosotros pudiéramos existir, una transformación que ha tomado miles de millones de años. Así, no solo existimos, sino que también estamos vivos.

Pero, ¿para qué existe la vida? ¿Somos un experimento de Dios? ¿Quiénes somos y por qué fuimos creados?

Somos más que cuerpo y alma. Es necesario reconsiderar nuestro propósito, analizando cómo fuimos creados y considerando que somos parte de nuestro entorno. Somos individuos y, en conjunto, formamos una entidad social. Debemos conocernos a nosotros mismos para comprender el verdadero propósito de nuestra existencia en lo particular y comunicarlo en la sociedad. De esta manera, podemos evitar estar sumidos en la maldad por la ignorancia, ya que la ignorancia es la cadena que nos ata a las malas intenciones y a la muerte espiritual.

La vida es el poder de ser. Si somos animales racionales, serviremos a nuestro cuerpo animal y a las cosas materiales. Si no tenemos esperanza de trascender de algún modo, sufriremos como esclavos de la carne, sin voluntad ni libertad. La voluntad se ejerce en el entendimiento y la verdad espiritual es la que puede liberar al hombre de su yugo material. Cuando cada ser humano conozca la realidad de su propio espíritu, sólo entonces podrá entender su verdadera razón de ser y de existir. Pero mientras el espíritu sea obra de la imaginación, la realidad espiritual y la esperanza de esa vida a la que todos podemos aspirar no se despertará en nosotros. Sin esta conciencia, no podremos alcanzar nuestra razón de ser y de existir.

 

El Propósito Del Cuerpo

Los instintos son la clara manifestación de los propósitos del cuerpo, siendo el instinto de supervivencia el que los resume a todos, ya que se trata de mecanismos naturales e inconscientes de funciones fisiológicas que, dependiendo de las circunstancias, pueden llegar a dominar incluso la conciencia. Funciones como respirar, digerir, el hambre, la sed, e incluso la sexualidad, todas las actividades hormonales y los reflejos condicionados son instintos que motivan acciones específicas. Sin embargo, cuando las necesidades elementales están satisfechas, los propósitos cambian, porque ya no se busca lo primordial, sino lo superficial. Es entonces cuando el placer ocupa el propósito de los sentidos, llámese gula, borracheras, sexo o cualquier actividad física cuya única finalidad es el placer.

Esto ocurre porque no se tiene la esperanza de trascender esta existencia. La lógica del placer tiene sentido cuando no se considera la existencia del espíritu. Si entendemos la importancia de su existencia para nuestra trascendencia, entonces el propósito del cuerpo cambiaría radicalmente en nuestra conciencia. No solo puede dar placer o dolor, sino que tiene otra función extremadamente importante para nuestra existencia. Es la semilla en la cual se ha de engendrar al verdadero Ser que llevamos dentro, que es un hijo de Dios.

También al comprender la importancia de esta existencia, aunque vana y efímera, se convierte en un instrumento valioso para la vida, ya que todos estamos llamados a ser hijos de Dios. Por lo tanto, estando conscientes de la vida espiritual y entendiendo nuestra verdadera trascendencia, compartir la verdad y el amor debe ser lo que motive nuestras acciones en el cuerpo que, como instrumento, debemos utilizar.

 

El propósito del alma

El alma se forma a través de la experiencia y se nutre de la cultura, por lo que sus propósitos dependen de lo que conoce y aplica, lo que se traduce en deseos. Si todos conocemos lo mismo, tendremos los mismos deseos y propósitos limitados por diferentes circunstancias. Por lo tanto, si el alma reconoce exclusivamente al cuerpo, sus deseos tendrán como propósito satisfacer sus necesidades elementales. Si estas necesidades están satisfechas, el propósito del alma será satisfacer el placer que el cuerpo pueda tener. Pero si se considera que el alma es un bien mayor que el cuerpo, satisfacer sus necesidades de aceptación y reconocimiento será el propósito de la misma. En este caso, el poder y la alabanza serán su recompensa, y el cuerpo será solo un instrumento para conseguir la belleza (ya sea física o racional), la riqueza (material o cultural), el poder (de conocer o manipular) y la fama (en la alabanza). Estos propósitos, ya sean aislados o en conjunto, serían los medios para alcanzar la supuesta realización.

El ego es el "yo" del alma, por lo que los deseos son egoístas cuando se considera solamente a sí mismo para su realización. Incluso el altruismo se sostiene del egoísmo y la vanidad, ya que la fama del poder y la riqueza es lo que da lugar a dar de lo que les sobra, lo que es deducible de impuestos. Pero nunca darán lo que les podría llegar a faltar, a menos que lo hagan por amor. En este caso, ya no se trata de un deseo sino de una intención. Mientras que el espíritu sea un supuesto y no exista una conciencia plena de su existencia e importancia para nuestro ser, mientras que el amor se considere como obra del pensamiento en verdad, no habrá una genuina intención espiritual en el acto que se realice y solo podrá ser considerado como un deseo.

"Vanidad de vanidades, todo vanidad y aflicción de espíritu", así comienza el libro de "Eclesiastés" escrito en la Biblia. Este libro retrata al hombre cuando solo considera que es cuerpo y alma, sin considerar a su espíritu. Si no se conoce a Dios, todo lo que se conoce es vano. Al ser lo único que se conoce como cierto, se ignora lo que se siente del espíritu al decidir qué hacer. Como consecuencia, se está condenado a vivir separados de Dios porque los deseos de la carne buscan el placer y la alabanza. Esto es comprensible porque los propósitos del alma dependen del conocimiento, que es la plataforma de la escala de valores. Si se ignora el significado e importancia del espíritu al desconocer a Dios, esta escala de valores estará mal fundamentada y encaminada.

Por lo tanto, este conocimiento es extremadamente valioso porque si hay conciencia del espíritu, el alma puede establecer su escala de valores considerando lo trascendente como lo único verdaderamente importante para su entendimiento. De esta manera, puede comunicar esta comprensión a los demás. Al hacer conciencia de su espíritu, este se convierte en parte integral de la vida y del ser del alma, por lo que al comprender su trascendencia e importancia, es necesario compartir este conocimiento y esta vida, que es lo que motiva la razón de nuestro existir.

 

El Propósito Del Espíritu

El propósito del espíritu es, al igual que el cuerpo, vivir, pero la vida espiritual no se sustenta como lo hace el cuerpo ni el alma. La paz, el gozo y el amor, que son la vida espiritual, se nutren del bien, de la verdad y de la esperanza, que son el resultado del ejercicio de la vida espiritual. De este modo, se obtendrían como fruto más amor, paz y gozo. Lo que limita esta vida es la falta de conocimiento, ya que no se puede ejercer la voluntad sobre lo que no se conoce. Ante la fuerza de los sentidos y los instintos que nos dan a conocer la apariencia de las cosas, se ignora la intención, que es la esencia de las mismas, y nos dejamos llevar sin medir las consecuencias que espiritualmente se pudieran obtener. Además, por desconocer a Dios, ignoramos que el espíritu es en sí un engendro del mismo Dios, un engendro que, al cobrar conciencia, cobraría vida en el alma, una vida trascendente y eterna que, al término de la vida del cuerpo material, nos llevaría al siguiente paso de nuestra existencia. Sin embargo, si el alma no cobra conciencia de la realidad de la vida espiritual, esa trascendencia sería una ilusión, porque el alma no vive más que para lo que conoce y entiende, y lo que no conoce, aunque exista, para el alma no existe.

Todos aquellos que desconocen al espíritu tarde o temprano sufren, porque consideran que los valores materiales o intelectuales son el propósito y fin de sus vidas. Pero el propósito y el fin para el que fuimos creados no es nada complicado e indescifrable, ya que no son las cosas, ni los logros, ni tampoco los placeres los que nos dan la felicidad. Lo único que nos puede dar paz y gozo en todas esas actividades es cumplir con la verdadera razón de nuestro ser y existir, que es ser hijos de Dios. Somos infelices y es por esto que buscamos la felicidad. La felicidad se confunde con la alegría, pero si no hay paz y gozo en todas nuestras actividades, no somos felices. Lo único que puede lograr en nuestras conciencias la verdadera paz es vivir como hijos de Dios en nuestro propio espíritu, teniendo la esperanza de trascender a esta vida, cumpliendo con la razón de nuestra existencia.

Hemos considerado que la felicidad es el propósito y destino del hombre porque somos infelices. Como no hemos conocido nuestra verdadera razón de ser y existir, hemos perdido el rumbo en medio de un sin número de valores superfluos. En verdad, la condición natural del hombre es la paz y el goce de la vida, pero cuando se pervierte al alma por servir a los deseos de la carne, se pierde la vida espiritual a la que hemos sido llamados para ser hijos de Dios. Para conservar la vida espiritual y disfrutar esta existencia, es fundamental entender el significado y la realidad de nuestro espíritu manifestado en las intenciones.

 

Conclusiones

Fuimos creados para llegar a ser hijos de Dios, pero si no conocemos a Dios, ¿podremos ser sus hijos?

A medida que conocemos, reflexionamos sobre el propósito de las cosas. Sin embargo, si desconocemos lo que es espiritual, incluyendo nuestro propio espíritu y a Dios, no podemos reflexionar sobre el propósito desde su esencia. Reflexionar sobre las apariencias no es lo mismo que reflexionar sobre las razones o intenciones. Es indiscutible que la falta de conocimiento espiritual ha llevado a confusiones y ha restado importancia a lo esencial. Pero, si consideramos las evidencias y reflexionamos desde el sentido común, tomando en cuenta los principios espirituales que aquí se puntualizan, podemos deducir correctamente el propósito del ser humano. En principio, sería conocer a Dios, quien lo creó, para poder cumplir con el verdadero propósito de la creación y ser hijos de Dios. Al conocer el Espíritu, que es la esencia de todas las cosas y la fuente de la vida y la verdad, podemos deducir que fuimos creados por amor y verdad, obra de la voluntad de Dios, que es lo único verdaderamente bueno para nuestras vidas. Sin embargo, hemos sido pervertidos por ignorar que somos seres espirituales y por servir a la carne como si fuera un dios, lo que resulta en la maldad del egoísmo que el mundo encierra.

El conocimiento de Dios, con el uso de las sensaciones y el sentido común, se deduce correctamente, pero el castigo por desobedecer a nuestra propia conciencia espiritual ha sido no poder resolver este misterio. Si conocemos a Dios, su esencia se engendra en nosotros como algo real y verdadero, recibiendo la bendición de ser hijos de Dios, fundamentando la vida eterna y logrando la seguridad que la certeza nos brinda, la paz y el gozo en el espíritu que son la verdadera y perdurable felicidad. Dios nos creó para alegría, dándonos de su Espíritu para el gozo a cada uno de los hombres en los que habita, porque el amor de Dios (que es Dios mismo) habita en el corazón del hombre por el conocimiento, para ser instrumentos de justicia y gozarnos en el ejercicio de las buenas obras, las cuales no son ni aburridas ni penosas. La justicia del espíritu da como resultado la felicidad y es mayor que cualquier tribulación que se pudiera presentar. El cuerpo es el instrumento del alma y el alma del espíritu, pero si no conocemos nuestro propósito, venimos a ser esclavos de nuestros cuerpos mortales, a los cuales servimos sin tener esperanza, lo que nos lleva a cometer toda clase de actos que nos condenan a sufrir por no considerar importante lo que sentimos del espíritu y a cometer verdaderos pecados que nos convierten en nuestro propio demonio, origen de nuestro mal.

Servir a nuestra carne es servir a nuestros deseos desordenados por la falta de conciencia del espíritu, lo cual puede conducir a la culpa que surge de la ignorancia. Los instintos no pueden ser controlados sin una base de conocimiento espiritual, ya que el poder de vencer nuestro propio mal se adquiere al conocer la verdad y el Espíritu de Dios. El amor poderoso manifestado en la creación es un instrumento de justicia.

Sin embargo, si desconocemos el significado de Dios y su amor, ¿podremos utilizarlo? De ninguna manera, ya que solo cuando conocemos el Espíritu del amor y la verdad, podemos rendirle culto a nuestro creador racionalmente, permitiendo que su propio Espíritu se engendre en nosotros y nos convierta en hijos legítimos de Dios. Fue él quien nos creó para que, al igual que él en el cielo (en lo espiritual), seamos nosotros en la tierra, y finalmente seamos recibidos en gloria, vivos para Dios, ya que nuestros nombres estarán inscritos en el libro de la vida.

Si logramos comprender este maravilloso propósito sin dogmas, costumbres, tradiciones o ignorancia, a través del conocimiento de la verdad y el amor, entonces la justicia y la fe serán nuestro tributo, y habremos cumplido nuestras expectativas como seres humanos.

 

Fundamentos

Para fundamentar lo que acabamos de explicar, es importante realizar un análisis detallado desde la perspectiva de cada uno de los contextos en los que estamos inmersos: material, conceptual y espiritual. Este análisis nos ayudará a contextualizar correctamente lo que estamos explicando y a proporcionar un apoyo lógico que sustente nuestras ideas. Hasta ahora, hemos omitido el contexto espiritual y lo hemos explicado de forma confusa y limitada, lo que nos lleva a caer en la falacia en muchos de nuestros argumentos. Por lo tanto, es crucial tener en cuenta las razones del contexto espiritual al explicar nuestra conducta y nuestra razón. Hagamos este ejercicio para fundamentar nuestro entendimiento de lo que estamos explicando aquí.

 

Características

¿Cuáles son las características físicas, mentales y espirituales que nos definen?

Es crucial distinguir las características de los diferentes contextos que conforman nuestra existencia para poder comprender quiénes somos realmente. El conocimiento del espíritu nos permite valorar su importancia y trascendencia, y nos ayuda a apreciar adecuadamente el cuerpo y el alma. Debemos analizar lo que somos en función de lo que sentimos y expresamos en cada parte de nuestro ser para poder entender nuestra propia naturaleza.

 

El cuerpo físico:

Es la apariencia de lo que somos, la forma material que expresa nuestra identidad y que fue determinada por las razones con las que Dios nos creó. Está relacionado con un tiempo y espacio determinados, ya que su propósito es ser un instrumento del ser para expresarse, comunicarse y aprender en este contexto material. Aunque el cuerpo y sus obras no trascienden, la materia en sí misma es una expresión útil para el Creador y un instrumento para expresar otro nivel de conciencia. Aunque la materia sigue existiendo después de que el cuerpo deja de ser, el universo material y todo su contexto tuvieron un principio y tendrán un fin.

Por lo tanto, el cuerpo es vano, ya que deja de existir como tal al morir. Es corruptible y susceptible de sufrir cambios que alteran su estado ideal, de acuerdo a su información genética, debido al principio de la efímera existencia de todo lo material. Se concibe de forma objetiva, como un objeto constituido y comprendido racionalmente como tal, ya que su apariencia es objetiva en el contexto material.

Es mortal, ya que la vida del cuerpo material y su expresión es finita. Aunque las obras del cuerpo pueden trascender la muerte, mostrándonos los conceptos que las originaron y la obra de las manos que las crearon, siguen siendo finitas materialmente.

De los cinco sentidos, el cuerpo es el primero que experimentamos, por lo que la apariencia de las cosas se convierte en lo más importante en nuestra escala de valores. Sin embargo, si reconocemos el propósito del cuerpo y su relativa importancia, podemos reconsiderar nuestros valores y principios. También es importante mencionar que la materia que nos constituye no es buena ni mala, sino simplemente un medio de expresión.

 

El alma:

Es la ciencia de las cosas, donde se define y se entiende, por medio de la razón, todo lo que somos y lo que hacemos.

Es racional, ya que la razón es la que concibe y conceptualiza todo lo que sentimos, reflexionando sobre sí misma, creando y recreando el universo racional. El alma también es un instrumento, pero del espíritu, para expresar sus intenciones.

Es vana y trascendente. Vana en lo que está ligada al cuerpo, como el placer o el dolor que, al igual que el cuerpo, son efímeros e intrascendentes. Es trascendente en lo que está ligada al Espíritu de Dios, en el amor y la verdad, si es que existe conciencia del Espíritu, ya que el alma vive para lo que conoce y entiende. Lo que no conoce, aunque exista, para el alma no existe.

Es corruptible en sus ideales y objetivos e incorruptible en los principios que la conforman, porque los objetivos son relativos, pero los principios son absolutos. Todos tenemos la misma estructura de pensamiento, la misma lógica y sentimos lo mismo. Esos son los principios con los que fuimos concebidos y seguirán siendo los mismos aunque ignoremos lo que sentimos y no lo consideremos en nuestra toma de decisiones. Por lo tanto, la condena por desobedecer a nuestra propia conciencia sigue y seguirá siendo la muerte espiritual.

Es conceptual, ya que está formada por conceptos objetivos o subjetivos, por medio de los cuales se conceptualiza lo material desde los sentidos, lo espiritual desde los sentimientos y en un acto reflexivo lo conceptual. El alma está en contacto con el cuerpo, el espíritu y consigo misma.

Es mortal y eterna porque cuando el cuerpo muere, la parte del alma que está unida a él muere también, y otra parte es eterna. Pero si el espíritu está muerto para el alma, esa otra parte muere también. Para que pudiera ser eterna, tendría que haber conciencia del Espíritu, de la vida espiritual, porque donde hay conciencia hay vida. Entendiendo que el espíritu no es el alma, porque el alma, si no conoce lo trascendente y eterno de Dios, no puede trascender.

El alma es más que la memoria y la imaginación. Es lo que nos hace ser individuos. Sin embargo, la razón de su existencia radica en el hecho de poder hacer conciencia de la verdad y la vida, de poder hacer conciencia de Dios. No nos imaginamos la magnificencia del Alma del Creador en su contexto, la cantidad de conceptos, de causas y efectos que están en continua ejecución haciendo exactamente lo que deben hacer ya que se rigen de acuerdo a los principios con los que fueron concebidos. Pero aunque no conozcamos todo lo que hace, no deja de hacerlo. Ni todo lo que es, deja de serlo. Hay partes de nosotros que no están en la conciencia o en el subconsciente, que nunca aparecerán en los sueños y que, aun cuando podemos comprenderlas, nunca estaremos conscientes de ellas.

 

El espíritu:

Es la esencia de lo que somos, la intención, la motivación que origina toda obra, y está constituido por leyes inamovibles que determinan la libertad o el yugo en el alma. Así como las leyes físicas rigen en el universo material, existen leyes espirituales que determinan el estado espiritual en el que nos encontramos.

Es absoluto, ya que el bien y el mal son esencias, intenciones. El bien surge del amor y el mal del odio. El instrumento del amor es la verdad y del odio es la mentira.

Es trascendente, porque no está sujeto al tiempo y al espacio del universo material. Por lo tanto, la esencia de nuestros actos trasciende en espíritu para siempre.

Es incorruptible, es o no es, vive o muere, ama u odia, pero no se desfigura porque no es relativo.

Es subjetivo, no se puede hacer un objeto de él, pero es real.

Es eterno, al no estar sujeto al tiempo y al espacio, trasciende sus fronteras y se extiende infinitamente. Si comprendemos los alcances del espíritu, podemos reconocer que Dios es Espíritu, que Dios es amor, verdad, absoluto y eterno. Todas estas palabras fueron escritas hace miles de años por personas que las entendieron, y seguirán vigentes hoy y para siempre.

Es del espíritu de donde surgen todas las obras, obras buenas si nuestras intenciones son fruto del Espíritu, o malas si nuestras intenciones son malas. Si queremos encontrar nuestra justificación en las obras, estamos condenando a nuestro espíritu, porque el Espíritu es el que justifica nuestra existencia. Existe independientemente de la razón, y si somos ese Espíritu, podremos seguir existiendo independientemente del universo material. Pero tenemos que entender algo que solamente habíamos podido imaginar, porque lo espiritual, aunque lo intuimos, no lo habíamos podido definir en su contexto. Con esta definición podemos explicar y entender que somos en espíritu engendros del Espíritu de Dios, engendros latentes hasta que el alma, que es lo que nos hace ser individuos, adquiera conciencia y despierte a la vida, a la que estamos llamados a ser hijos de Dios.

Conclusiones

Considerar la existencia del espíritu como una parte integrante del Ser cambia radicalmente nuestras expectativas, ya que al comprender la existencia de lo eterno, recuperamos la esperanza que se había perdido. Si solamente entendemos que somos cuerpo y alma, nuestra esperanza de trascender de algún modo es absurda e inexistente, porque no hay esperanza en la carne, sabiendo lo efímera e intrascendente que es la vida material. Sin embargo, al existir un contexto trascendente y eterno que podemos conocer y que puede unirse al alma para formar parte de nuestro Ser, encontramos la esperanza que buscamos. Con este conocimiento podemos tomar conciencia de nuestra vida espiritual y fundamentar nuestra esperanza, lo que tiene sentido al saber que el espíritu, al cobrar conciencia, cobra vida, una vida absoluta y trascendente.

Por lo que podemos resumir las características del "Ser Humano" de la siguiente manera:

 Nos hemos acostumbrado a comprobar la existencia de las cosas a través de su apariencia física, pero si aceptamos la realidad de los sentimientos, entendiendo que su origen no es la razón sino el espíritu, podremos darnos cuenta de la existencia del espíritu y de sus características, así como también podemos apreciar la verdadera existencia de nuestras ideas en el universo racional.

El Universo y sus Contextos:

Con la comprensión de lo que verdaderamente somos, entendiendo la existencia del espíritu como contexto y como parte integral de nuestro Ser, es cuando realmente conocemos lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Pero para llegar a ser conscientes de esta verdad, es necesario despejar nuestra mente de todo aquello que nos ha explicado equivocadamente lo que somos y lo que sentimos. Debemos reflexionar sobre los actos cometidos y dejar de hacer todo aquello que nos condena y nos humilla delante de nosotros mismos y de Dios. Debemos arrepentirnos, porque sin santidad nadie podrá conocer a Dios.

 

PRINCIPIOS Y LEYES UNIVERSALES

 

Condiciones y Condicionantes

"Condiciones y Condicionantes del Universo Material"

El "Universo Material" está regido por principios que dictan la base de su funcionamiento. A lo largo de la historia, hemos tipificado estos principios en leyes y reglas. Así como el universo material nos determina y condiciona, nosotros lo condicionamos con el uso de la razón y el ejercicio de la voluntad, tanto en nuestro cuerpo físico como en lo que nos rodea. Estas condiciones se dividen en:

Condiciones:

"Físicas Ambientales": son nuestro contexto geográfico, climatológico y ecológico, circunstancias dadas de acuerdo al tiempo y al espacio en el que nos desarrollamos.

"Físicas Corporales": son las características físicas de cada uno de nosotros, desde la complexión, la estatura, el color y el sexo, hasta la sensibilidad hacia ciertos alimentos y bebidas.

"Instintos": son una herencia genética que nos condiciona para que reaccionemos ante diferentes circunstancias, como el instinto sexual y el de supervivencia.

Condicionantes:

"Dominio Ambiental": transformando nuestro entorno y adecuándolo a nuestras necesidades; cultivando, criando, fabricando, edificando y ordenando al medio ambiente en el que nos desarrollamos.

"Dominio Corporal": ejerciendo control sobre nuestros miembros y seleccionando la forma del desarrollo corporal de acuerdo a las circunstancias.

"Dominio Propio": inhibiendo los instintos, sometiéndonos a un código moral y ético.

El cuerpo está condicionado, nace, crece, se reproduce y muere. Los instintos controlan su fisiología y en gran medida, el carácter. Solo a través de la voluntad podemos controlarlo. Este dominio voluntario de nuestro cuerpo, aunque limitado, con el uso de la razón y el conocimiento se ha ido ampliando, dándonos la libertad de escoger la forma en la que queremos vivir. Pero las circunstancias condicionan si esa libertad es mayor o menor, porque vemos que muchos están sojuzgados por el medio en el que se desenvuelven, sumidos en la pobreza o víctimas del genocidio, otros presos de diversas enfermedades que les impiden sentirse libres y también hay quienes son esclavos de sus instintos, por lo que no pueden ejercer su voluntad aunque quieran.

El cuerpo también puede albergar otras formas de vida. Puede ser la semilla de la que surja un nuevo ser, un templo en el que habite el ser que ha nacido por la fe, o el instrumento que inspire y convenza a los demás para alcanzar la gloria eterna. La vida nos brinda la oportunidad de lograr cosas sorprendentes y extraordinarias gracias al poder que se nos ha dado al estar vivos. Es momento de despertar a esta nueva forma de vida que llevamos dentro y cumplir un propósito glorioso y eterno, en el que la muerte no pueda alcanzarnos.

 

"Condiciones y Condicionantes del Universo Racional"

El "Universo Racional" está regido por normas culturales o reglas morales; leyes civiles o militares, que históricamente el hombre ha impuesto como parte de la "Cultura", lo que nos condiciona dependiendo de las circunstancias en las que cada uno se desarrolla. Nosotros también podemos condicionar nuestra cultura de la siguiente forma:

Condiciones:

"Cultura Social", que son todos los objetos con los que nos relacionamos y que de alguna manera influyen en nuestra conducta, desde las cosas con las que convivimos hasta la arquitectura urbana.

"Cultura Personal", que son todas las ideas, tradiciones y costumbres que aprendemos de la sociedad, familiares, alimenticias, religiosas; ya sea en el seno de la familia o por medio de instituciones académicas, religiosas o culturales, incluyendo lo que aprendemos de los medios de comunicación, ya que estos elementos determinan la forma en que nos relacionamos con la sociedad en particular.

"Carácter", que es la forma en que reaccionamos ante ciertas circunstancias involuntariamente y es la intensidad en que se manifiestan las emociones.

Condicionantes:

"Creatividad", con la cual hemos creado los objetos de nuestra cultura ambiental, siendo nosotros artífices de la misma y razón de cambio también.

"Comunicación", en la sociedad tenemos el poder de influir en las personas comunicándonos, ideas, conceptos y sentimientos, transformando a los individuos y siendo transformados de la misma forma.

"Dominio Propio", que implica controlar el carácter y someternos a un código moral y ético que controle las emociones.

 

Universo Racional

 

El Alma, que nos constituye como individuos, forma parte del Universo Racional, donde se expresan las ideas a través de sus conceptos. Las obras materiales producto de la creación y los conceptos de las que fueron origen están en constante transformación, ya que las obras que son expresiones son un medio de comunicar la voluntad y la inteligencia y tienen un propósito importante pero finito y limitado; nos sirven para vivir en este mundo, comunicando y haciendo cultura. Pero las motivaciones, los principios de vida por los que fuimos creados y que nos brindan la posibilidad de crear nuestros propios conceptos y hacer nuestras obras para expresar y dar a entender esas motivaciones, también son cultura y también se pueden enseñar. Las obras materiales no están hechas para trascender, pero las motivaciones son eternas, por lo que los principios son lo que debemos conocer para no equivocarnos en nuestras decisiones y no tener que arrepentirnos de lo que hacemos. La materia y la energía no son motivaciones, en el alma está la forma de llevar a cabo las obras, pero es el espíritu el que motiva la ejecución de toda obra, en donde se deben descubrir los principios que rigen la creación y que al conocer podemos considerar como lo verdaderamente valioso e importante.

 

"Condiciones y condicionantes del universo espiritual"

La esencia que fundamenta los universos racional y material es la que determina su forma mediante sus intenciones. Sin embargo, estas motivaciones, que son espíritu, tienen condiciones que sostienen la salud y la vida espiritual de cada uno de nosotros. A lo largo de la historia, se ha procurado dar a conocer la forma en que estamos condicionados. Todos conocemos los diez mandamientos y hay una recopilación enorme de leyes que han tratado de establecer las condiciones para una vida espiritual sana y plena. Pero como el contexto que tratamos de tipificar es intencional, su interpretación en la ley es imperfecta porque la ley solo puede condicionar las obras y no las motivaciones. Por eso también está escrito que la ley se puso para que el pecado sea evidente. Es por esto que toda la ley se resume en "Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma y con todo tu corazón" y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estas son las motivaciones para poder cumplir con la justicia de la ley. Dependiendo de estas motivaciones, podemos identificar las consecuencias e interpretarlas, y también podemos entender cómo influimos en el estado espiritual en que nos encontramos. Esto se logra a través de condiciones y condicionantes que se dividen de la siguiente forma:

Condiciones:

"Espirituales impersonales": es la esencia de las cosas y las personas que nos rodean, las motivaciones con las que están hechas las cosas y la intención para las que fueron creadas o bien las intenciones de las personas en sus relaciones con nosotros. Todo esto influye en nosotros sentimentalmente.

"Espirituales personales": dictadas por nuestra conciencia espiritual, la cual nos indica cuáles son los actos que nos ocasionarán un daño espiritual y cuáles no. Esta conciencia nos sirve para reconocer qué sentimos y las consecuencias espirituales de nuestros actos.

"Intuición espiritual": es como el carácter o los instintos. Se tiene una sensibilidad mayor o menor en cada uno de nosotros. Por medio de esta sensibilidad, podemos identificar de dónde proviene la motivación y con qué fin se ha originado, si es buena o mala. Percibir es hacer conciencia de lo que sentimos por medio de los sentidos. Intuir es hacer conciencia de lo que sentimos con nuestros sentimientos. Discernir es hacer conciencia de los significados.

Condicionantes:

"Libre albedrío": escogiendo el ambiente, las personas, las cosas con las que nos relacionamos, decidiendo sobre los valores materiales o espirituales. Debemos decidir si los sentidos o los sentimientos son más valiosos, si lo eterno o lo vano es más importante.

"Voluntad", es el medio por el cual servimos a las intenciones con las que actuamos, decidiendo la forma en la que nos conducimos. Aunque el uso de la voluntad no se trata de decidir si somos felices o tristes, si lo comparamos con el cuerpo físico, podemos tomar precauciones para evitar futuros golpes, pero no podemos deshacernos del golpe que ya recibimos, ni resucitar si fallecemos. De la misma manera, en el espíritu podemos evitar hacer algo que nos lastime y arrepentirnos de lo que nos causa carga de conciencia. Pero si no nos arrepentimos, es como si nunca nos hubiéramos deshecho del golpe y seguirá doliéndonos eternamente. Esto se debe a que la vida y muerte espiritual se manifiestan en los sentimientos con los que vivimos, sentimientos que trascienden después de que el cuerpo muere, ya que el espíritu es eterno. Junto con él, también puede trascender el alma si conoce a Dios. Es necesario aclarar que la voluntad puede recrear o destruir las condiciones espirituales que tenemos. Si amamos, como consecuencia tendremos más amor, pero si odiamos, tendremos más odio.

"Conocimiento", si conocemos la verdad, la verdad nos hará libres. Dios es espíritu y es verdad. La libertad espiritual se concibe en el conocimiento de Dios y del espíritu que Dios nos dio. Si conocemos el amor, la paz y la alegría, podemos servir conscientemente a las intenciones que nos van a producir este estado espiritual. Pero si no lo conocemos, entonces somos esclavos. Primero, del temor que sentimos a lo desconocido y después, a una serie de intenciones fundamentadas en las obras, de las cuales no tenemos una conciencia clara acerca de sus motivaciones, e inclusive, sacrificamos nuestra paz y alegría por conseguir esos propósitos. La intuición es una condición, pero el conocimiento es la forma en la que nosotros podemos servir voluntariamente al amor, a la verdad y a la vida espiritual para la que fuimos creados.

Espíritu:

Condiciones

Condicionantes

Espirituales impersonales (esencia que nos rodea)

Libre albedrío

Espirituales personales (deseo)

Voluntad

Intuición espiritual (conciencia espiritual)

Conocimiento

"Así como el cuerpo necesita dos terceras partes de agua para subsistir, el alma necesita mucha más verdad que imaginación para trascender. La sed se calma bebiendo, pero la sed del alma se aplaca conociendo. La imaginación es como un espejismo que al acercarse se desvanece, y la sed de verdad se profundiza hasta llegar a la locura. La necesidad de entendimiento no se suple con ilusión y fantasías, sino que es necesario el verdadero discernimiento, la lógica perfecta y la razón en su máxima expresión. Es un esfuerzo digno de nuestras verdaderas posibilidades, porque en verdad podemos conocer al Espíritu de Dios y entender al verdadero Ser que llevamos dentro, ansioso por manifestar su naturaleza divina. Es lógico el fin del cuerpo, pero el alma no tiene que tener el mismo fin. Procuremos sin descanso edificar, por medio de la verdad en nuestro entendimiento, la vida eterna a la que podemos aspirar. Recordemos siempre que, si podemos alcanzar ese destino, es porque Dios así lo quiere para su gloria, no como siervos suyos que en nada lo aprovechan, sino como verdaderos hijos, engendros suyos, herederos del reino venidero. No se menosprecien, todos los hombres fuimos creados con el mismo propósito: ser hijos de Dios."

 

Conclusiones:

Con el uso de este análisis, podemos concluir que estamos constituidos por los siguientes principios:

 

Las partes del Alma:

Mente

Razón

Corazón

Sentidos

Emociones

Sentimientos

Objetivo

Conceptual

Subjetivo

 

Las partes del Ser:

Cuerpo

Alma

Espíritu

Fisico

Moral

Espiritual

Condición

Decisión

Condición

Instinto

Deseo

Amor

Deseos de la Carne

Vanidad del Alma

Justicia y Verdad

 

 

Nosotros podemos influir en nuestras vidas por medio del conocimiento y la voluntad, ya que al saber la verdad, podemos decidir con libertad a qué se une nuestra alma, si al cuerpo material que es carne y que para morir nació o al Espíritu que Dios nos dio para vida eterna y paz. Al conocer las causas y efectos de lo que nos constituye, podemos hacer un buen uso de nuestro libre albedrío, influyendo directamente en nuestro destino. Entendiendo lo que es bueno y malo por su esencia, por el espíritu de donde se desprende, podemos comprender que lo que Dios quiere es que seamos sus hijos y que se engendre en nosotros salvando nuestra alma para la vida eterna y paz. Ahora se está revelando el misterio para que podamos entender la existencia del espíritu y también comprender que el ejemplo y el sacrificio de Jesús fue para que podamos ser perdonados por nuestros pecados sin tener que pagar el precio de nuestra salvación, y para acercarnos a Dios con toda confianza al haber sido reconciliados.

 

 

El Universo Espiritual

Concilio Filosófico

Ahora analizaremos cómo el conocimiento del Universo Espiritual impacta la filosofía.

Antecedentes

Dios es espíritu y verdad, y llegará un día en que todos le conoceremos. Como hijos de Dios, buscamos liberarnos de la muerte y alcanzar la vida eterna y paz a través del Espíritu.

La filosofía busca la sabiduría y la comprensión total de la realidad, encargándose de encontrar explicaciones y fundamentos en base a diversos tipos de conocimiento. Así, la filosofía abarca tanto el conocimiento empírico, sistemático como esencial, todos necesarios para comprender la realidad en su totalidad y alcanzar la sabiduría.

La realidad del Universo se construye a partir de las sensaciones y percepciones que experimentamos en distintos contextos, lo que nos lleva a comprender que la realidad puede ser diferente para cada individuo. La conciencia también evoluciona con el conocimiento, desde la conciencia empírica hasta la conciencia sistemática y, finalmente, la esencial.

Incluso en su forma más elemental, la conciencia nos conecta con lo espiritual a través de los sentimientos, guiándonos hacia la verdad absoluta del Creador y permitiéndonos distinguir el bien del mal. La palabra filosofía, derivada de las raíces griegas Philos y Sophya, significa "anhelo de sabiduría", pero su interpretación ha sido confundida al considerar "Phylos" como amor.

La falta de definición del espíritu es la razón por la que muchos consideran a Dios como imaginario. El amor Ágape, el amor espiritual, nos permite comprender a Dios como un ser real, cognoscible y alcanzable, que puede ser parte de nosotros mismos. Al someternos al absoluto y eterno Dios, encontramos la verdadera razón de nuestra vida.

La inclusión del Universo Espiritual en la filosofía nos permite abordar la realidad desde una perspectiva más amplia y trascendental, reconociendo el papel del espíritu en nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. La filosofía, al integrar el conocimiento espiritual, puede guiar a la humanidad en la búsqueda de la verdad y la sabiduría, y acercarnos a Dios y a la realización de nuestro propósito como sus hijos.

El problema del Ser: La búsqueda de la esencia

El estudio de la Metafísica en sus tres ramas principales, la Cosmogonía, el Raciocinio y la Teología, ha sido fundamental para la comprensión de la estructura de la realidad. Sin embargo, es importante reconocer que, para llegar a una verdadera comprensión del Ser, es necesario abordar el problema desde una perspectiva unificada que incorpore tanto el conocimiento empírico como el espiritual.

El enfoque empírico, basado en la experiencia directa y las sensaciones, proporciona una base sólida para la comprensión de la esencia de las cosas. Pero, al mismo tiempo, es necesario reconocer la importancia de la dimensión espiritual y su impacto en nuestra percepción de la realidad. En este sentido, es crucial considerar cómo el conocimiento del Universo Espiritual puede contribuir a una visión más completa y profunda de la filosofía.

Para ello, es necesario superar las limitaciones que han surgido debido a la falta de definición del espíritu y la interpretación errónea de conceptos clave en la historia de la filosofía. Asimismo, es importante cuestionar las premisas en las que se basan algunas corrientes filosóficas, como la ontología, que busca explicar la realidad a través de las apariencias, y la metafísica, que ha sido utilizada de manera vaga y generalizada.

El conocimiento cierto, correcto y comprobado de la realidad sólo puede lograrse mediante la unificación de las diferentes ramas de la Metafísica y la incorporación del conocimiento espiritual. Para ello, es fundamental fundamentar esta tesis en evidencias incontrovertibles, simples y universales que permitan responder a las preguntas fundamentales sobre la estructura de la realidad y la esencia del Ser.

En última instancia, la búsqueda de la esencia del Ser y la comprensión de la estructura de la realidad requieren un enfoque integrador y holístico que incorpore tanto el conocimiento empírico como el espiritual. Solo a través de esta síntesis será posible alcanzar una visión más profunda y completa de la filosofía y de nuestra propia existencia en el Universo.

El conocimiento espiritual, en contraste con el conocimiento material o racional, se refiere a la comprensión de aspectos trascendentales, místicos o metafísicos de la realidad, que a menudo se encuentran en las enseñanzas de las diversas tradiciones religiosas y filosóficas. Hoy en día, la ciencia y la tecnología han permitido a la humanidad comprender el mundo material de una manera más profunda y precisa, y esto ha llevado a algunos a preguntarse si la ciencia también puede ayudar a esclarecer el conocimiento espiritual.

A lo largo de la historia, los seres humanos han buscado trascender los límites del conocimiento empírico y racional y explorar los aspectos más profundos y enigmáticos de la vida y la existencia. Las enseñanzas religiosas y filosóficas, como las contenidas en la Biblia, han sido fundamentales para esta búsqueda de un conocimiento espiritual más profundo. Sin embargo, a medida que la ciencia y la tecnología han avanzado, también lo han hecho nuestras capacidades para comprender el mundo y la naturaleza de la realidad.

En este contexto, es posible que la ciencia y la tecnología puedan desempeñar un papel en la expansión de nuestro conocimiento espiritual. Las investigaciones científicas en campos como la física cuántica y la neurociencia han comenzado a arrojar luz sobre aspectos de la realidad que antes se consideraban puramente metafísicos o espirituales. Además, la tecnología nos permite comunicarnos y compartir ideas a una escala nunca antes vista, lo que puede facilitar la difusión de conocimientos espirituales y promover un mayor entendimiento mutuo entre las diversas tradiciones religiosas y filosóficas.

Sin embargo, es importante reconocer que el conocimiento espiritual es, por su naturaleza, distinto del conocimiento empírico y racional. Aunque la ciencia puede ofrecer algunas ideas sobre la naturaleza de la realidad espiritual, es posible que nunca podamos comprender completamente el misterio y la trascendencia que caracterizan a la experiencia espiritual a través de la ciencia y la tecnología solamente.

En última instancia, el conocimiento espiritual sigue siendo un aspecto esencial de la experiencia humana, y la búsqueda de la verdad y la sabiduría en este ámbito continuará siendo un desafío y una fuente de inspiración para las generaciones futuras. La ciencia y la tecnología pueden ser herramientas valiosas en esta búsqueda, pero también debemos reconocer y respetar los límites de nuestro conocimiento y la singularidad de la experiencia espiritual.

A medida que avanzamos en nuestra búsqueda del conocimiento espiritual, es crucial mantener una mente abierta y receptiva a las múltiples perspectivas y tradiciones que han abordado estos temas a lo largo de la historia. Al mismo tiempo, podemos aprovechar los avances científicos y tecnológicos para mejorar nuestra comprensión de la realidad y explorar cómo estos descubrimientos pueden informar y enriquecer nuestra experiencia espiritual.

Una forma en que la ciencia y la tecnología pueden contribuir al desarrollo del conocimiento espiritual es al proporcionar medios para examinar y validar las afirmaciones y enseñanzas de las diversas tradiciones religiosas y filosóficas. Por ejemplo, los estudios científicos en áreas como la meditación y la práctica de la atención plena han demostrado sus beneficios para la salud mental y física, lo que respalda algunas de las afirmaciones hechas por las tradiciones espirituales en cuanto a los efectos positivos de estas prácticas.

Además, el avance de la tecnología de la comunicación ha permitido la creación de comunidades en línea y plataformas de intercambio de conocimientos donde las personas de diferentes tradiciones espirituales y culturas pueden compartir sus experiencias y aprender unas de otras. Esto ha permitido un mayor intercambio y diálogo entre las diferentes tradiciones y ha fomentado una comprensión más amplia y matizada de la diversidad de experiencias espirituales.

A pesar de estos avances, es importante recordar que el conocimiento espiritual no se puede reducir a datos empíricos o cuantitativos. La espiritualidad, en esencia, trata de las experiencias subjetivas, personales e inefables que trascienden el ámbito de la ciencia y la tecnología. Por lo tanto, aunque la ciencia y la tecnología pueden ofrecer información valiosa y complementaria, no pueden reemplazar ni desacreditar completamente las vivencias y sabidurías espirituales que han sido transmitidas y compartidas a lo largo de las generaciones.

En resumen, la ciencia y la tecnología pueden ser herramientas útiles en nuestra búsqueda del conocimiento espiritual, pero no deben considerarse como soluciones definitivas o sustitutos de las experiencias personales y las enseñanzas transmitidas a través de las tradiciones religiosas y filosóficas. En lugar de ello, es crucial mantener un enfoque equilibrado y holístico, que tenga en cuenta tanto los avances científicos como las ricas y variadas perspectivas espirituales que conforman el mosaico de la experiencia humana. Al hacerlo, podemos enriquecer nuestra comprensión de la realidad y acercarnos un paso más hacia la sabiduría y el crecimiento espiritual.

 

El Espíritu y la Lógica

La lógica, como herramienta fundamental en el razonamiento y la comprensión de la realidad, puede también aplicarse al estudio y la exploración del ámbito espiritual. Al analizar conceptos y experiencias espirituales, es importante utilizar la lógica y el pensamiento crítico para discernir su validez y significado.

Por ejemplo, al examinar las enseñanzas de diversas tradiciones religiosas y espirituales, podemos aplicar la lógica formal y material para evaluar la coherencia y la verdad de sus afirmaciones. Al hacerlo, podemos distinguir las enseñanzas y prácticas que tienen un fundamento sólido y lógico de aquellas que pueden estar basadas en supersticiones o creencias infundadas.

Asimismo, al considerar las experiencias espirituales personales, es útil aplicar la lógica en términos de su comprensión, extensión y precisión. Por ejemplo, al reflexionar sobre una experiencia mística, podemos preguntarnos si la experiencia es positiva o negativa, simple o compleja, concreta o abstracta. También podemos analizar si la experiencia es trascendente, universal, particular o singular, y si es clara, oscura, distinta o confusa. Al hacerlo, podemos obtener una mayor claridad y comprensión de nuestras propias experiencias espirituales y discernir su significado y relevancia en nuestras vidas.

Sin embargo, es importante recordar que la lógica tiene sus límites cuando se trata de comprender el ámbito espiritual. Muchas experiencias espirituales son intrínsecamente inefables y difíciles de describir con palabras o conceptos lógicos. Además, la lógica puede a veces ser insuficiente para abarcar la totalidad de la realidad espiritual, que a menudo trasciende las categorías y conceptos racionales.

Por lo tanto, al aplicar la lógica al estudio y la exploración del espíritu, es importante mantener un enfoque equilibrado y humilde. La lógica puede ser una herramienta valiosa para analizar y discernir aspectos del ámbito espiritual, pero no debe convertirse en un obstáculo para la apertura y receptividad a experiencias que van más allá de la razón y el razonamiento lógico. Al mantener un enfoque abierto y flexible, podemos enriquecer nuestra comprensión de la realidad espiritual y cultivar una vida espiritual más profunda y significativa.

Mejorando la comprensión de la lógica y la espiritualidad

La lógica tradicional, limitada a un plano bidimensional (materia y pensamiento), a menudo enfrenta dificultades al abordar la experiencia humana completa, incluida la espiritualidad. Nuestra subjetividad implica que nuestros razonamientos pueden ser subjetivos, correctos y verdaderos. No obstante, la lógica convencional no toma en cuenta esta subjetividad, lo que obstaculiza la comprensión del espíritu en su contexto y trascendencia.

Nuestra percepción del universo material se basa en nuestros sentidos y en cómo interpretamos las cosas. Si bien hemos definido las tres dimensiones de este contexto, hay otros dos contextos que nos influyen: el racional y el espiritual. La falta de definición y comprensión de estos contextos en el pasado llevó a razonamientos oscuros y confusos, generando dudas e incertidumbres en nuestra autoconciencia.

La confusión y la duda pueden considerarse como la fuente de nuestro "pecado", ya que afectan la manera en que juzgamos y valoramos las acciones de los demás. El juicio debe ser utilizado para discernir, no para condenar. Aquellos que juzgan a menudo carecen de un conocimiento sólido para respaldar sus opiniones. En este contexto, la fe es crucial, pues nos permite actuar con convicción en lugar de duda y temor.

A lo largo de la historia, la religión ha sido marcada por razonamientos oscuros y falta de discernimiento, lo que condujo al oscurantismo y a la separación de Dios. Sin embargo, la misericordia divina ha aportado luz en medio de la oscuridad, permitiendo a las personas discernir el bien y el mal y comprender el espíritu como algo único y valioso.

El discernimiento adecuado es esencial para comprender nuestras experiencias y emociones. La incertidumbre y la falta de conocimiento pueden generar miedo y ansiedad. Por ejemplo, si desconocemos las causas y el tratamiento de una enfermedad, podemos sentir temor e impotencia. En cambio, si somos conscientes de nuestro entorno y comprendemos las causas y efectos de nuestras acciones, podemos actuar con mayor libertad y seguridad.

Entender lo espiritual es crucial para enfrentar los problemas de la vida desde su esencia. El amor y la verdad son armas poderosas para defendernos de cualquier mal, mientras que la esperanza es fundamental para enfrentar los desafíos con paciencia y templanza. Al reconocer que la vida espiritual es la única vida que podemos mantener, podemos desarrollar una conexión más profunda y significativa con lo divino y nuestro ser espiritual.

 

El Alma y su Estructura: Comprendiendo lo Trascendental y lo Singular

El alma y todo el contexto racional abarcan lo trascendental y lo singular, ya que se construyen a partir de conceptos objetivos y subjetivos que se desarrollan desde su esencia más profunda hasta su última expresión. Los sentimientos están presentes en nuestros razonamientos desde nuestros primeros momentos de vida, como lo demuestra el llanto de un niño ante el hambre o el frío.

Sin embargo, nuestra conciencia a menudo se ve limitada por una cultura que valora los ideales por encima de los sentimientos y principios. Esta desconexión de los sentimientos es el resultado de la falta de conocimiento de Dios y la espiritualidad.

El contexto espiritual, que es subjetivo y trascendente, se percibe a través de nuestros sentimientos. Al igual que los sentidos captan una realidad independiente de la razón, los sentimientos nos permiten discernir la espiritualidad. Esta conexión entre lo físico y lo espiritual sugiere que la lógica también puede ser subjetiva, correcta y verdadera en el contexto espiritual.

El alma tiene dominio físico, racional y espiritual desde la concepción. Sin embargo, para alcanzar su verdadero potencial, la conciencia y el subconsciente deben adquirir conocimientos y experiencias. La conciencia plena surge cuando comprendemos la realidad y nos individualizamos a través del ego. Si se limita el conocimiento solo a lo empírico, no se puede lograr una conciencia plena, lo que impide el dominio propio en la mente.

La conciencia se divide en tres partes: física, racional y espiritual. Cada parte influye en nuestra percepción, reflexión y deducción, y crea conceptos que se integran en el subconsciente. El subconsciente se forma a partir de los conceptos adquiridos consciente o inconscientemente y regula funciones inherentes al cuerpo, alma y espíritu.

Cuando se aprende por imitación, el conocimiento puede volverse oscuro y difuso. La suposición ocupa gran parte de nuestra cultura, lo que lleva a razonamientos oscuros y confusos. Para desarrollar la conciencia del espíritu, es necesario un conocimiento más profundo de lo que sentimos, pues las leyes y principios espirituales siguen rigiendo su contexto.

Es esencial discernir correctamente desde las sensaciones más básicas hasta las razones más profundas para que nuestro conocimiento sea verdadero y pueda guiar al ser correctamente. Al considerar las verdades espirituales en nuestra conciencia, estos razonamientos claros y distintos se convierten en actos ciertos en el subconsciente. La reflexión adecuada lleva a actos de fe verdaderos, lo que proporciona seguridad y elimina la duda y las premisas oscuras de nuestros entendimientos.

 

Conciencia: Comprendiendo sus Dimensiones y Estructuras

La conciencia se puede dividir en tres dimensiones principales: material, racional y espiritual, cada una de las cuales tiene sus propias características y aspectos. La conciencia material se relaciona con los sentidos, la racional con las emociones y la espiritual con los sentimientos.

Conciencia material

Conciencia racional

Conciencia espiritual

sentidos

emociones

sentimientos

Conocimientos => Subconsciente

El subconsciente, que se compone de conocimientos adquiridos a lo largo de nuestras vidas, también se divide en tres partes: inconsciente material, inconsciente racional e inconsciente espiritual. Estas partes se ven influenciadas por la imitación, la cultura y el dogma, respectivamente.

A medida que adquirimos más conocimientos, la imitación disminuye, ya que nuestra conciencia nos permite validar nuestros actos y pasarlos al subconsciente sin incertidumbre ni temor. Si lo esencial está claro y cierto, no habrá dudas en el ámbito espiritual, lo que también nos proporcionará mayor seguridad en lo físico y racional.

La conciencia se divide según lo que percibimos en:

• Elemental: relacionada con las sensaciones básicas de las cuales generalmente estamos conscientes.

• Racional: si entendemos las razones que producen esas sensaciones.

• Esencial: en caso de conocer las intenciones que dieron origen a esas sensaciones, llegando a estar conscientes de la esencia misma de las cosas.

 

El conocimiento, según criterios universales, se ha clasificado en:

"Sentido común": una apreciación espontánea que se refleja en una realidad dispersa y se comunica como un convencionalismo cultural.

"Científico": un conocimiento metódico, sistematizado y comprobado, que a menudo no se aplica a contextos subjetivos debido a la falta de criterios adecuados.

"Filosófico": una apreciación reflexiva de una realidad unificada que se justifica racionalmente, ya que exige someter todo argumento explicativo a principios lógicos que determinen su validez.

 

Estos criterios ayudan a determinar si los conocimientos son válidos, pero como mencioné anteriormente, la falta de entendimiento de Dios y del espíritu en la concepción y prueba de los contextos subjetivos, sean racionales o espirituales, ha creado un vacío en la correcta apreciación del Ser. Aunque este conocimiento es verdadero, la comprobación es personal, lo que hace indispensable contar con argumentos sólidos que fundamenten nuestros criterios para conocer realmente a Dios y lograr una concepción clara de nuestro espíritu, lo cual es una prueba incontrovertible de nuestra esperanza.

El conocimiento nos proporciona la seguridad de la certeza en nuestros actos, y a medida que elevamos nuestra conciencia de lo singular a lo trascendente, esta seguridad se incrementa. Si desconocemos el verdadero valor de lo trascendente en nuestro Ser, es probable que lo aparente ocupe un lugar preponderante en nuestra escala de valores, por encima de las intenciones. En la confusión de ideas, muchos no consideran que lo absoluto y eterno, es decir, Dios, sea lo más importante para su desarrollo. Por falta de conocimiento, las sensaciones físicas suelen prevalecer sobre las espirituales, lo que provoca un desorden y una lucha entre los deseos de la carne y las intenciones del espíritu. Este conflicto de valores es la consecuencia lógica de nuestra civilización, ya que el hombre, al madurar, tiende a seguir sus instintos como guía de conducta si carece de principios y valores espirituales.

Las personas persiguen el poder y la fama para sentirse superiores a los demás, creyendo que de esta manera podrán obtener lo que desean. Al menospreciar los sentimientos en favor de ideales, no entienden el verdadero valor de sus propios espíritus y la vida eterna a la que podrían aspirar. Es imposible ordenar la conducta sin una escala de valores fundamentada en Dios. El miedo a lo desconocido y lo incomprensible provoca que los seres humanos actúen de manera maliciosa, engañosa o violenta al intentar conseguir lo que desean.

Cuando conocemos la verdadera esencia de lo que somos, tenemos la libertad de ser en esencia, ciencia y apariencia, ya que comprender la esencia implica entender la apariencia con una lógica perfecta. De esta forma, podemos ser exactamente lo que debemos ser, disfrutando de una libertad que no podemos alcanzar de ninguna otra manera. El sacrificio de Jesús en la cruz, sin el conocimiento de la esencia de sus actos, carece de un significado universal. Por lo tanto, es necesario entender el espíritu con el que se llevaron a cabo. Si desconocemos o confundimos sus verdaderos propósitos, no podremos valorar y atesorar el acto supremo y sublime para el perdón de nuestros pecados. Jesús nos dio, en su vida y muerte, el testimonio que necesitamos para comprender lo que es verdaderamente valioso e importante, permitiéndonos resucitar nuestro propio espíritu y lograr nuestro propósito, alcanzando un destino eterno con Dios y en Dios por toda la eternidad.

 

La Conciencia Espiritual

Cuando el Espíritu de verdad venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado porque no conocen a Dios ni creen en su palabra, de justicia, ya que Jesús ha pagado por nuestros pecados y no lo vemos más. Y de juicio porque el príncipe de este mundo ha sido vencido al comprender el verdadero significado del sacrificio de Jesús. Al morir al pecado, nuestro espíritu resucitará, porque Jesucristo es la resurrección y la vida. Si Cristo no resucitó de entre los muertos, vana es nuestra fe y seguimos en nuestros pecados.

El alma nos identifica como individuos en nuestro propio razonamiento y está construida de igual forma en todos los seres humanos. Sin embargo, de la totalidad del Ser, sólo somos conscientes de una pequeña parte de su superficie. En esta conciencia se encuentra el ego, que es el "yo quiero" y es la imagen de quiénes somos. Aquí se encuentra el libre albedrío, que determina, de acuerdo a la escala de valores, si escucharemos lo que nos dicta la Conciencia a través de los sentimientos o no. Esta conciencia es la parte intuitiva de la psique que nos dice si lo que hacemos está bien o mal para protegernos espiritualmente de nosotros mismos. Lo que la Biblia menciona como pecado, ya que la conciencia, como también se menciona, es la voz de Dios. Mientras no conozcamos nuestro propio espíritu, que es el mismo Espíritu de Dios, nuestra conciencia nos acusa o excusa en nuestra toma de decisiones aunque no lo entendamos.

En el conocimiento de Dios está la fortaleza para vencer la incertidumbre y el temor, para transformar el ánimo en nuestro beneficio. Esta es la parte del alma que nos sujeta a lo esencial, a lo absoluto, al Creador. Pero por desconocerlo, el ego en los individuos es exaltado por la soberbia cultural del poder y la fama, dejando de considerar lo que la conciencia espiritual nos quiere decir. Sin embargo, incluso cuando desconocemos el significado de las percepciones espirituales, estas nos siguen llamando la atención respecto a ciertas acciones que realizamos. Esto nos lleva a caer en estados psicológicos alterados que se manifiestan desde la depresión, el rencor y la amargura hasta la alegría desmedida, el exceso de placer o la ingesta excesiva de comida. De forma subconsciente, a través de los sueños, tratamos de canalizar nuestros sentimientos sin saber cómo hacerlo, sin poder entender su verdadero propósito y significado. Esto se debe a que, independientemente del entendimiento que podamos tener del origen y significado de las sensaciones, la percepción de las mismas produce un efecto empírico que afecta a nuestra alma incluso sin tener una explicación para justificarlo.

Todas las enfermedades psicológicas tienen un origen espiritual, incluso aquellas que surgen de un desorden biológico. Esto se debe a que ciertos eventos o circunstancias nos afectan emocionalmente al ir en contra de nuestra esencia. La conciencia espiritual, manifestada a través de los sentimientos, nos guía, más allá de las normas sociales o culturales, por el camino que nos permite superar el sufrimiento y alcanzar el bienestar.

Podemos controlar la influencia del ego en nuestra escala de valores y ser más intuitivos, sabiendo que no solo nos afecta lo que pasa fuera de nosotros, sino que más profundamente somos afectados si no escuchamos lo que la conciencia espiritual nos tiene que decir. Al entender las intenciones del Espíritu, podemos sujetar nuestra voluntad de manera inteligente, profunda, extensa y precisa, guiándonos por el camino del bien y la verdad, reconociendo sin equívoco lo que está mal. Esta conciencia es la herramienta que el alma tiene para conocer a Dios y lo que quiere de nosotros: nuestra redención.

Es innegable que hacer caso de lo que dicta el Espíritu nos hará sentir bien, pero la razón de esa sensación no es superficial e insignificante. La verdadera razón por la que existe ese Espíritu en nosotros es para que llegue a ser en nosotros nuestro propio Ser. Conocer fehacientemente a Dios fundamenta la concepción de nuestro Espíritu en el alma y es la prueba incontrovertible de nuestra esperanza al tener la vida espiritual que es trascendente y eterna. Esto solo demuestra que nuestra razón de ser es ser hijos del único Dios verdadero, del Dios absoluto y eterno, que es quien se engendra en nosotros para ser realmente sus hijos.

 

Enunciados Espirituales

El Bien y el Mal

Comprender la diferencia entre el bien y el mal es esencial en la vida humana, ya que nuestras decisiones y acciones tienen un impacto en nosotros mismos y en aquellos que nos rodean. La distinción entre el bien y el mal trasciende las normas morales y culturales, ya que se encuentra arraigada en nuestra espiritualidad y conexión con Dios.

En lugar de juzgar y condenar a los demás, debemos mostrar misericordia y compasión hacia aquellos que han caído en el pecado. Al enfrentar el mal con acciones positivas, seguimos el ejemplo de Dios y ayudamos a guiar a las almas perdidas hacia la verdad y la redención.

La lucha entre el bien y el mal representa una batalla espiritual que todos enfrentamos a lo largo de nuestras vidas. Para superar esta lucha, debemos reflexionar sobre nuestras intenciones y decisiones, y buscar la orientación del Espíritu de Dios. Solo al conocer y comprender a Dios, podemos discernir adecuadamente lo que es bueno y malo en nuestras vidas.

Es fundamental que nuestras acciones no sean guiadas por el egoísmo y la ignorancia. En su lugar, debemos reconocer y aceptar la verdad de nuestras acciones y sus consecuencias, y esforzarnos por hacer lo que es correcto y justo. Al hacerlo, nos convertimos en hijos de Dios y nos acercamos a nuestro propósito y destino eterno.

Entender la naturaleza del bien y el mal nos permite tomar decisiones conscientes e informadas en nuestra vida diaria. De esta manera, podemos vivir conforme a los valores y principios espirituales que nos guían hacia la verdad, el amor y la justicia.

La vida es un viaje de crecimiento espiritual y autoconocimiento. A medida que enfrentamos y superamos desafíos y tentaciones, nos volvemos más fuertes y sabios. Mediante la fe en Dios y la voluntad de seguir Su guía, podemos alcanzar nuestro máximo potencial como seres humanos y vivir vidas llenas de amor, paz y felicidad.

Recordemos siempre que, aunque enfrentemos adversidades y tentaciones en nuestras vidas, no estamos solos en esta lucha. Dios está siempre con nosotros, guiándonos y protegiéndonos en nuestro viaje espiritual. Al confiar en Su sabiduría y amor, podemos enfrentar cualquier adversidad y superar el mal en nuestras vidas.

Avancemos en nuestro camino espiritual con valentía y determinación, conscientes de que estamos en la búsqueda de un propósito más grande y una vida más plena. Que nuestras acciones sean siempre guiadas por la luz de la verdad y la bondad, y busquemos constantemente la sabiduría y la guía de Dios en nuestras vidas.

 

El Amor: esencia de la vida

El amor es la esencia misma de la vida, el verbo que origina toda la creación. Es el poder de Dios manifestándose en cada uno de nosotros, otorgándonos la fuerza para superar adversidades con valor y voluntad. Es capaz de vencer el miedo, controlar la angustia y la agresividad con paciencia, mansedumbre y templanza. El amor es el poder más grande del universo, la única arma conocida para derrotar al tirano, al cobarde, al mentiroso, al asesino, al necio, al ignorante y al depredador del hombre, que es el hombre mismo. Cuando carecemos de esperanza, nos frustramos, nos acomplejamos y nos traumamos, lo que provoca una ira incontenible, reflejo de nuestra cultura y sus vanos valores e ideales. El amor, sin embargo, es la manifestación de Dios, evidente en todas las cosas creadas desde el inicio del mundo. Es la fuente de la sabiduría y la inteligencia misma, nuestro origen y el propósito de la humanidad. Descubrirlo, conocerlo y disfrutarlo es el placer y la emoción de la maravillosa esencia de vivir la vida. El amor está al alcance del humilde, del sencillo y del sincero, sin más obra que su fe y el conocimiento accesible a todos. Dios es amor y verdad, y nuestro propósito en este mundo es conocer a Dios, entender su amor y su verdad, para ser transformados y alcanzar el propósito por el que Dios nos creó: ser sus hijos. "Porque tanto amó Dios al mundo que, aun estando destituidos de la gloria venidera por nuestros pecados, Dios envió a su hijo, Cristo, nuestro espíritu, para que vivamos por él", para que al conocerlo venzamos al pecado y a la muerte.

El amor, al igual que el odio, es un sentimiento espiritual que experimentamos con los sentimientos, no con las emociones. Mucha gente erróneamente considera el amor como algo sujeto a nuestra voluntad y emotividad. Si despojamos a los sentimientos de su carga emotiva, en el caso del odio serían la ira, el enojo y los deseos que nos provoca, como el de venganza; solo quedaría la indiferencia que el odio causa. Los sentimientos no solo producen emociones, sino también otros sentimientos, como angustia, amargura, soledad y una inmensa tristeza. El odio es mucho más que el enojo; es la destrucción del amor propio, del amor a los demás y del amor a Dios.

Las intenciones y motivaciones detrás de nuestras emociones tienen una carga sentimental que nos distingue y nos revela el espíritu y la esencia con la que actuamos. Amar es la esencia misma de la vida, no la apariencia de las cosas. Amar al prójimo es amar en esencia, no por su apariencia. Amar no es un deseo; es amar al amigo y al enemigo sin hacer distinción de personas. Fuimos creados por amor y para amar, no para odiar. El instinto es físico, desear o querer es filial y pertenece al alma, pero amar es espiritual. El Espíritu de Dios es el Espíritu de la creación, y ese Espíritu es amor y vida. El propósito por el que fuimos creados es engendrar Su amor en nosotros, ser amados por Él y amar como Él nos ama, convirtiendo nuestro cuerpo en el recipiente que contiene ese amor, el templo del Espíritu mismo del Creador, por un tiempo, hasta que, después de haber entendido, seamos transformados y dejemos atrás la semilla que nos vio nacer.

El amor crea un ambiente agradable y perfecto, lleno de paz, distinto al que se obtiene por obligación o compromiso, que podría considerarse una forma de odio. Aunque el amor implica compromiso, no es un compromiso en sí mismo, y aunque obliga, no es una carga. De esto deducimos que fuimos creados por amor, porque por odio simplemente no podríamos haber sido creados. Si hay quienes piensan que nacieron para sufrir y odiar, es porque se han separado del Espíritu con el que fueron creados. El amor no hace acepción de personas; es el hombre, en su egoísmo y envidia, quien destruye el verdadero propósito de la creación.

El amor es el Espíritu del Creador, pero si se desconoce a Dios, ¿cómo es posible considerarlo en la toma de decisiones? Por esta falta de conocimiento, el instinto y el egoísmo han llenado de odio el corazón de la humanidad, alejándonos del amor, la paz y el gozo, fruto del Espíritu, la verdadera razón de toda existencia. El amor es bondadoso y bueno, tranquilo y sereno, y produce una fe inquebrantable en aquellos que lo practican. "En el amor, no hay temor, porque el temor lleva en sí castigo, y quien teme no ha sido perfeccionado en el amor". "Dios es amor, y quien permanece en amor, permanece en Dios y Dios en él", porque fuimos creados por el amor de Dios para vivir en amor, no en temor.

El amor no es una decisión; querer sí lo es. Podemos desear y amar, pero no podemos amar simplemente por desearlo. Decir que el amor es una decisión es como decir que Dios es una decisión, porque Dios es espíritu y el espíritu de Dios es amor, y no depende de nuestros deseos. Si no somos dignos de amar, simplemente no podemos hacerlo. Se puede querer y odiar al mismo tiempo, como sucede en muchas relaciones humanas autodestructivas: se quieren, se desean, se necesitan, pero se odian, se desprecian y se usan sin amor. También se puede querer y amar al mismo tiempo, haciendo de nuestras relaciones humanas algo hermoso; pero no podemos amar y odiar al mismo tiempo. Lo que sí podemos decidir es vivir para amar.

Si usáramos nuestra razón para entender el amor, ser ese amor y servir al amor y la verdad, no seríamos infelices, no odiaríamos, no nos aburriríamos, no tendríamos vicios ni seríamos esclavos de nuestras pasiones y deseos. Podríamos vivir en plenitud, disfrutando del verdadero sentido de la vida. En cambio, la humanidad ha utilizado la razón para justificar sus deseos, sus vicios y sus pasiones, lo que ha generado odio y destrucción en lugar de amor y paz.

El amor es la fuerza que transforma al ser humano, haciéndolo capaz de enfrentar los desafíos de la vida con valentía, sabiduría y compasión. El amor nos permite ver más allá de nosotros mismos y conectarnos con la humanidad y la creación. El amor nos lleva a ser mejores personas, a buscar el bienestar de los demás y a actuar con justicia y generosidad.

El amor no es ciego; al contrario, nos hace ver con claridad el propósito de nuestra existencia y las prioridades que debemos establecer en nuestra vida. Nos permite reconocer nuestras debilidades y errores, y nos impulsa a superarlos con humildad y perseverancia. El amor no se trata de poseer o dominar a otros; se trata de entregarnos, de servir y de colaborar para el bien común.

En conclusión, el amor es la esencia de la vida, la manifestación de Dios en nuestro ser y en la creación entera. El amor nos enseña a vivir en armonía, a ser justos y generosos, a ser fieles y compasivos. El amor nos lleva a buscar la verdad y a entregarnos a ella, a superar nuestros miedos y a enfrentar las adversidades con valentía y sabiduría. El amor es la fuerza más poderosa del universo y nuestra verdadera razón de ser. Al vivir en amor, nos acercamos a Dios, a la verdad y al propósito eterno de nuestra existencia.

 

La Felicidad

¿Qué es lo único que realmente nos permite disfrutar de todo lo que podemos tener en esta vida y que otorga verdadero propósito a nuestras vidas? Cumplir nuestra razón de ser y existir como hijos de Dios, esa es la fuente de la "Felicidad".

"Qué maravillosa es la paz que me consume y el gozo de hacer lo que siempre hago. Qué maravillosa la rutina y la experiencia nueva; todo lo que hago me complace porque soy feliz". –

¿Cuántas veces escuchamos que lo que realmente importa en la vida es ser feliz? La felicidad es el reflejo de la vida espiritual; tener fe, esperanza y amor en medio de cualquier circunstancia es la verdadera felicidad.

Olvidamos que nuestro estado natural es ser felices, sin culpa, sin odio ni rencor, sin complejos, sin traumas ni frustraciones. Fuimos así, niños inocentes, pero lo olvidamos debido al agravio sufrido, al dogma aprehendido, a la ignorancia, al trauma de una vida sin esperanza y al pecado. No heredamos la verdad y la vida; fuimos juzgados antes de pecar y pecamos antes de entender. El sacrificio de Jesús fue vituperado y utilizado como chantaje moral para someter nuestra voluntad. No hay quien haga lo bueno, no hay justo, ni siquiera uno, y la alegría es solo el pretexto de la lujuria y la perversión. ¿Qué felicidad?

Reencontremos la felicidad cumpliendo nuestro propósito, recuperando la vida como hijos de Dios, amando y entendiendo la profundidad de su significado. Porque Dios amó tanto al mundo que, siendo pecadores y estando destituidos de la gloria venidera, nos entregó a Jesucristo en sacrificio vivo para que vivamos por él. El amor contiene la verdadera felicidad, y es amando como se encuentra.

El erotismo y el deseo no son pecado, sino simplemente placer y vanidad. Pero el amor es el espíritu que les da causa y sentido, para que el sexo sea motivo de felicidad. Si podemos sujetar nuestros deseos a lo que nos hace felices, no necesitaremos enclaustrarnos. Si sujetamos nuestros deseos, no necesitamos todas las cosas, ni el mejor cuerpo, ni títulos; solo necesitamos actuar considerando lo que sentimos, haciendo por amor lo que nos proporciona paz y gozo, en lugar de lo que, por odio, solo nos hace daño, angustiando y afligiendo nuestro espíritu.

La felicidad no es consecuencia de la sugestión ni del engaño; es un estado espiritual que solo se puede alcanzar con amor y verdad.

La Verdad

Dios es la verdad y la vida; conocerlo es encontrar la verdad que nos libera del pecado y de la muerte. Cristo Jesús habló de estas cosas en alegorías; ahora es el momento en que Dios ya no nos habla en alegorías, sino que claramente nos anuncia acerca del Padre, pues Él mismo nos habla y nos revela su misterio, para que la verdad y la vida se manifiesten en nosotros, quienes hemos sido llamados a ser sus hijos. El continuo clamor de las criaturas espera la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, para que la gracia de Dios reine por la justicia y la vida eterna mediante Jesucristo.

La verdad es lo contrario de la mentira; es cierta, correcta y comprobable. Pero es necesario definir los parámetros para que la verdad se compruebe. Así como la ciencia necesita establecer parámetros para deducir sus leyes, también debemos establecerlos en los planos mentales y espirituales para deducir sus verdades. Si definimos una verdad en un plano relativo, nuestra verdad será relativa; si la definimos en un plano absoluto, la verdad será absoluta.

La verdad espiritual es absoluta porque el espíritu es absoluto y trascendente, abarcando lo mental y lo físico. La verdad es lo real de cada plano de nuestra conciencia; al conocerla, entendemos lo que somos en la realidad. Pero negarla es consentir la mentira, justificando nuestras dudas y temores. No hay justificación para esto, porque la realidad es evidente.

La verdad espiritual es el instrumento que la razón tiene para comprender con certeza el qué, cómo, cuándo, dónde, porqué y para qué de nuestros actos y para decidir correctamente qué vamos a hacer. En este tiempo, casi toda la población padece, padeció o padecerá alguna enfermedad mental que no le permita ser feliz en realidad. Esta información nos sirve para reflexionar sobre lo que el conocimiento de la verdad espiritual puede lograr: la verdadera libertad.

Es nuestra responsabilidad investigar la palabra de verdad, aprender y comunicar con paciencia y constancia la verdad de Dios, porque Dios es espíritu y verdad. Pidamos a Dios que tenga misericordia y prepare el corazón del hombre para que entienda y permita que la verdad trascienda en nuestra realidad y en nuestras vidas.

Conozcamos la verdad y desechemos la mentira. Desatemos la venda de nuestros ojos y ayudemos a quitar las cadenas del entendimiento en los demás a través de la verdad, la evidente manifestación de la vida en aquellos que somos hijos de Dios. Reflexionemos de la forma más sencilla y con el uso del sentido común para descubrir y reconocer lo que se ha establecido. A través de la verdadera fe, logremos la paz y el gozo permanentes que nos brinda la seguridad de nuestras convicciones. Seamos creadores del destino de la humanidad, cambiando nuestra cultura para que el destino pueda ser reformado por aquellos que conocen la verdad. No permitamos que los demás sean arrastrados por la fuerza y el poder de la ignorancia; compartamos el conocimiento de Dios, y Él mismo nos guiará hacia toda la verdad.

La verdad tiene un alcance en los tres planos de la realidad: la verdad física ocurre en el momento en que suceden los acontecimientos, y el alma los valida en su realidad atemporal. Sin embargo, en el alma existen realidades independientes que son mentiras en lo material y en lo espiritual, porque el alma puede ser engañada. De igual manera, hay manifestaciones en las que se asegura que algo sucedió en la realidad cuando, en verdad, solo ocurrió en la imaginación de alguien. La verdad espiritual, por su parte, es esencial y válida en cualquiera de los planos en los que se desarrolle. El problema es que, al sentir el espíritu sin entenderlo, la mente puede ser engañada por la imaginación.

Entendamos ahora la verdad que asiste a los descubrimientos científicos, para dejar de imaginar y comprender la realidad de Dios. La verdad espiritual es el instrumento que la razón tiene para que podamos comprender con certeza nuestras acciones y decidir correctamente qué vamos a hacer.

Al conocer la verdad y desechar la mentira, desatamos la venda de nuestros ojos y ayudamos a quitar las cadenas del entendimiento en los demás. Mediante la verdad, la evidente manifestación de la vida en aquellos que somos hijos de Dios, reflexionemos de la forma más sencilla, con el uso del sentido común, para descubrir y reconocer lo que se ha establecido. A través de la verdadera fe, logremos la paz y el gozo permanentes que nos brindan la seguridad de nuestras convicciones.

Seamos los creadores del destino de la humanidad, cambiando nuestra cultura para que el destino pueda ser reformado por aquellos que conocen la verdad. No dejemos que los demás sean arrastrados por la fuerza y el poder de la ignorancia. Compartamos el conocimiento de Dios, y Él mismo nos guiará hacia toda la verdad. Así, podremos vivir en espíritu y verdad eternamente, y la humanidad podrá disfrutar de la paz y el gozo que provienen de conocer y vivir según la verdad de Dios.

 

La Fe

¿Cuántos confunden la fe con el dogma? La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve; es certeza y certidumbre, y no da lugar a dudas. Esto nos indica que la fe de muchos consiste en dogmas sin entendimiento. Para tener fe, se necesita un fundamento y la certeza, aunque no se vea, porque lo que se conoce no es lo que se ve, sino lo que se entiende. Por ello, era indispensable resolver el misterio de Dios para que, al entender su existencia, podamos comprender la nuestra. Dios es el fundamento de todo lo que aquí explico; si no existe Dios, todo lo demás es pura retórica y sugestión sin fundamento. Por tanto, debemos entender a Dios como el concepto más elemental para que sea el fundamento de toda nuestra fe (la piedra angular que desecharon los edificadores de nuestra cultura).

Cuando existe verdadera fe en Dios, por pequeña que sea, puede crecer hasta convencer al alma de pecado, justicia y juicio. La fe es como la semilla de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero es capaz de crecer como el árbol más grande y cubrir con su sombra a muchos. Así, el entendimiento de Dios comienza con la idea más elemental: la certeza de su existencia. A partir de ahí, podemos ir construyendo en el alma la realidad en la que estamos inmersos: una realidad trascendente y eterna para la cual necesitamos un Dios real, absoluto y trascendente al que nos podamos sujetar. Dejemos de soñar con un destino incierto y aferrémonos a la verdad y la vida que solo en Dios podemos encontrar.

Muchas veces, realizamos algo cierto y verdadero sin estar convencidos de ello, lo hacemos por costumbre o porque alguien más lo hizo, y eso es un dogma. También podemos encontrarnos creyendo en algo de lo que estemos convencidos, aunque no sea cierto, lo cual podemos considerar como un engaño de nuestra cultura por nuestra ignorancia. Por eso, es necesario demostrar y fundamentar el razonamiento, porque la diferencia entre la fe y el dogma es la convicción y la certidumbre. La fe es un acto en el que estamos convencidos y sabemos que es cierto, porque necesita ser cierto para que obre en fe, para que no sea la obediencia ciega, sino la verdadera convicción la que nos guíe. La fe es indispensable para conocer a Dios, porque aunque lo sintamos, sin fe no lo entendemos, y al entender lo que nos dicta en nuestra propia conciencia, el Espíritu de verdad nos guiará a toda verdad.

Cuando tomamos conciencia de nuestros actos y reflexionamos en las causas de los mismos, nos damos cuenta de que actuamos en función de dogmas y mentiras, porque son los que habitan en nuestra alma. Si revalorizamos el conocimiento conforme a la fe, entendiendo lo que somos física, mental y espiritualmente, comprobaremos cuáles son los actos de vida y cuáles nos condenan, para que convencidos, sepamos que nuestras motivaciones son correctas y fundamentemos el actuar en todo lo que hacemos, en un acto de fe que nos guíe a la verdad. Y si estamos equivocados, al arrepentimiento. No olvidemos que toda adivinación es mentira, aunque ocurra lo que se predijo, para que entendamos que todo lo que no proviene de fe es pecado.

“Hay gente que come carne y hay gente que come solo verduras. El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque, ya sea que vivamos o muramos, del Señor somos. La fe que tú tienes, tenla para contigo mismo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba, mas el que duda al respecto y lo hace es condenado, porque no lo hace con fe, porque todo lo que no proviene de fe es pecado.”

La fe es el acto cierto del que estamos convencidos. La fe es un fruto del espíritu, no está sujeta a nuestra voluntad, sino a nuestro entendimiento. De este modo, así como el amor, cuando lo conocemos, lo podemos recrear, así la fe aumenta conforme conozcamos y entendamos a Dios en un acto reflexivo. Al desarrollar nuestra fe, seremos capaces de discernir entre lo verdadero y lo falso, y de actuar en consecuencia, fundamentando nuestras acciones en la convicción de la verdad y la vida que solo en Dios podemos encontrar.

 

La Libertad y la Inocencia

La libertad es un sentimiento que brinda seguridad y autoridad en nuestras actividades, decisiones y actitudes. Es un ideal que hemos buscado a lo largo de nuestra historia, manifestándose en diferentes corrientes filosóficas y en revoluciones y guerras. Pero, en muchos casos, esta búsqueda ha dejado de lado la noción más importante para su realización: la responsabilidad. Hablar de libertad sin conocer los principios en los que se fundamenta, se sustenta y se realiza, puede sembrar la codicia. En cambio, fundamentar y promover la libertad de manera responsable es un acto necesario.

La responsabilidad se adquiere en el estudio, el trabajo, el matrimonio, y se realiza con libertad siempre y cuando nos preparemos para ello. Conocer nuestros límites y alcances nos permite actuar con confianza, sintiendo la sensación de libertad y de confianza. Es importante no solo conocer lo que nos rodea, sino también lo que nos constituye. Conocerse a sí mismo es fundamental, pues conforme nos conocemos, perfeccionamos nuestras capacidades.

La razón y la imaginación son instrumentos para aumentar el criterio, pero a menudo la información para resolver problemas espirituales no es adecuada. Para discernir la información, es necesario el uso de principios que fundamenten el conocimiento y nos ayuden a encontrar la libertad. La libertad espiritual se consigue al entender las consecuencias de nuestros actos y lo que los hace buenos o malos.

Ser inocentes en la malicia pero sabios en el entendimiento es clave para sentirnos libres en la conciencia del espíritu. La libertad sin responsabilidad es libertinaje, mientras que la responsabilidad sin libertad es esclavitud. Reflexionar sobre nuestros actos, fundamentando nuestras decisiones con el conocimiento de Dios, nos da la posibilidad de alcanzar la libertad a la que somos llamados.

La libertad está ligada a la inocencia, pero existe una gran diferencia entre ser inocente y ser infantil. La inocencia es intención, lo contrario de malicia, mientras que ser infantil es ser irresponsable. Ser como niño no es ser tonto, es ser sin malicia, buscando el bienestar de todos. La inocencia es un tesoro que no se debe perder y que se puede recuperar, pero hay que dejar de confundir la ignorancia con la inocencia.

En resumen, la libertad y la inocencia están estrechamente relacionadas, y es fundamental abordarlas con responsabilidad y conocimiento. Conocer nuestros límites, alcances y principios nos permitirá actuar de manera consciente, buscando el bienestar de todos y sintiéndonos verdaderamente libres en nuestras acciones y decisiones.

Preservar la libertad y la inocencia en nuestra sociedad es una tarea colectiva que también involucra el conocimiento del espíritu. El espíritu humano, en términos generales, es la esencia inmaterial e intangible que nos guía en la toma de decisiones y acciones. Al nutrir y comprender nuestro espíritu, podemos lograr un mayor equilibrio en nuestras vidas y contribuir a una sociedad más justa y libre.

El conocimiento del espíritu nos permite explorar y comprender nuestras emociones, motivaciones y deseos más profundos. Al hacerlo, podemos desarrollar una mayor empatía y comprensión hacia nosotros mismos y hacia los demás. Esto nos ayuda a cultivar una mayor tolerancia, respeto y amor, valores fundamentales para preservar la libertad y la inocencia en nuestra sociedad.

La espiritualidad también puede ser un recurso valioso para enfrentar los desafíos y conflictos internos y externos. Al cultivar nuestra conexión con lo divino, ya sea a través de la religión, la meditación, la oración u otras prácticas espirituales, podemos encontrar consuelo, orientación y sabiduría en momentos difíciles. Esta perspectiva espiritual puede ayudarnos a mantener la inocencia y la pureza de nuestras intenciones, incluso en medio de un mundo a menudo turbulento y caótico.

Para fomentar el conocimiento del espíritu y alcanzar la libertad e inocencia deseadas, es crucial promover prácticas y actividades que nutran nuestra dimensión espiritual. La educación, tanto en el hogar como en la escuela, debe incluir el aprendizaje sobre diversas tradiciones espirituales y filosóficas, fomentando el respeto y la comprensión mutua. Además, es fundamental brindar oportunidades para la introspección y el autoexamen, como la meditación, la escritura reflexiva o la participación en grupos de discusión.

En última instancia, al combinar el conocimiento del espíritu con la responsabilidad, el autoconocimiento y la educación, podemos crear una sociedad en la que la libertad y la inocencia sean valores protegidos y promovidos. Esto nos permitirá vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con el mundo que nos rodea, disfrutando plenamente de la libertad y la inocencia que anhelamos.

 

La Justicia

Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz, y la gloria del Dios absoluto y eterno ha nacido sobre ti. Aunque tinieblas cubren la tierra y oscuridad a las naciones, sobre ti amanecerá Jehová, y su gloria será vista en ti. Las naciones caminarán hacia tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento. Tus hijos vendrán de lejos y tus hijas serán llevadas en brazos. Entonces verás y resplandecerás; tu corazón se maravillará y se ensanchará. Glorificaré la casa de mi gloria, para traer a tus hijos de lejos, llevando consigo obras de justicia y misericordia, en el nombre de Jehová, tu Dios, y del Santo de Israel, que te ha glorificado.

Existen numerosas leyes y normas, establecidas de acuerdo con cánones morales y éticos definidos por el hombre, que dictan qué actos son lícitos o no. La ley no es necesariamente justa, pero ayuda a regular las relaciones humanas. Nadie debería estar por encima de la justicia, pero hay quienes obran por encima de ella, y aunque la ley no los condena, la conciencia siempre acusa o excusa nuestros actos. Por ello, algunos deben cauterizar sus conciencias, evadiendo sus efectos y mitigando su dolor, hasta romper con su realidad.

En el mundo de las razones, siempre habrá alguna justificación, pero en el espíritu, la ley es absoluta y las consecuencias son inapelables. Del mismo modo que sientes dolor al recibir un golpe, también se siente el pecado sin poder evitarlo, pues la ley de la naturaleza del espíritu está escrita y dicta las consecuencias de la desobediencia y la condena que debemos pagar. A pesar de pecar y saber que estamos condenados, no somos conscientes del alcance de las consecuencias de nuestra condena. Seguimos respirando y buscando razones para justificar nuestros actos, pero aún sentimos culpa y aflicción.

El espíritu es absoluto, y la ley que rige su naturaleza también lo es. Si pecamos, el justo pago por nuestra desobediencia es la muerte, sin medias tintas ni justificaciones. Por eso, es fundamental entender y considerar la justicia de Dios en nuestra toma de decisiones, pues es incontrovertible e inapelable.

La injusticia proviene de la desesperanza, lo que lleva a cometer atrocidades en favor del egoísmo. Pero al sincerarse consigo mismos y tomar conciencia de sus actos, la conciencia siempre acusa y condena, porque la justicia es espiritual y está vigente en cualquier circunstancia. Recuperemos la esperanza para tener como baluarte a la justicia, para tener la conciencia tranquila y que nuestros actos no nos condenen, porque la ley se estableció para que el pecado fuera evidente, o dicho de otro modo, para la justicia no hay ley.

El que cumple la voluntad de Dios agrada a Cristo y es aprobado por los hombres. Ahora que vivimos en tiempos de leyes e instituciones, promover la justicia es promover la paz. Al reflexionar sobre la justicia, nos damos cuenta de que solo aquel que ama incondicionalmente, sin buscar lo propio y sin hacer acepción de personas, cumple la voluntad de Dios y es justo. Sus obras son justas, porque el amor es el conjunto de las intenciones de Dios y justifica a quienes lo practican. Quien ama cumple con la ley y las intenciones de la justicia.

Dentro de las instituciones de impartición de justicia, los jueces interpretan la ley e imparten justicia, aunque de forma limitada, ya que no se ha fundamentado la justicia en el conocimiento de Dios. El amor es la justicia manifiesta, y el perdón es la máxima justicia. Los jueces no pueden perdonar si somos encontrados culpables, pero Dios sí puede perdonarnos si nos arrepentimos, porque nos ama. Nosotros también podemos perdonar si amamos, pues al ser espiritual no le corresponde juzgar o condenar a quienes cometen injusticias, sino cumplir con la ley escrita en nuestros corazones, transformando las instituciones y las leyes cuando identifiquemos injusticias que, por sus defectos, han permitido. Debemos buscar el conocimiento de Dios para transformar la ley conforme a la justicia, cambiando el sistema de vida si fuera necesario. Transformemos las instituciones con el conocimiento de Dios y eduquemos a cada uno de sus miembros para lograr una sociedad justa, formada por individuos que aman y hacen justicia.

Existen hombres que dictan leyes injustas e imperfectas, leyes que rigen la sociedad pero que se anteponen a la justicia, juzgando y condenando en beneficio de unos pocos en detrimento de la mayoría. Muchas de estas leyes fueron establecidas por criterios particulares y se predican como ciertas, universales y verdaderas, casi como si fueran leyes espirituales, corrompiendo y confundiendo la conciencia humana. Estas leyes buscan juzgar y condenar a los demás, e imponer su voluntad a través de la fuerza, lo que no solo no los justifica en sus actos, sino que los condena. No es lo mismo descubrir las leyes de Dios que imponer las leyes de los hombres. Estas leyes no nos han enseñado a amarnos, perdonarnos y restaurarnos con amor, sino que nos juzgan y condenan incluso en asuntos más triviales.

Sin embargo, la ley de Dios se resume en dos mandamientos: amarás a Dios por sobre todas las cosas y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos mandamientos no tienen leyes en contra, pero se expresan en los diez mandamientos. Cumplir estos mandamientos sin haber obtenido la gracia del amor por el perdón de nuestros pecados es imposible, pues mientras no haya vida en el espíritu, vivimos para la carne y sus deseos desordenados. Por ello, se entiende que estas leyes fueron escritas para que el pecado fuera evidente.

Entendamos que las leyes espirituales rigen al universo espiritual y, así como hubo quienes descubrieron las leyes físicas, también hubo quienes descubrieron las leyes espirituales. Estas leyes son inquebrantables e inmutables, y no pueden ser modificadas ni adaptadas a nuestro antojo. Por lo tanto, es fundamental que busquemos el conocimiento de las leyes espirituales y nos esforcemos por cumplir con ellas en nuestra vida cotidiana.

Si queremos vivir en una sociedad justa y en armonía con nosotros mismos, debemos empezar por cambiar nuestra perspectiva sobre la justicia y reconocer la existencia de leyes espirituales que rigen nuestra existencia. A medida que nos adentramos en el conocimiento de las leyes de Dios, comenzamos a comprender la importancia de la justicia, el amor y el perdón en nuestras vidas. Estos valores fundamentales nos permiten trascender las limitaciones impuestas por las leyes humanas y vivir en una realidad espiritual más profunda y significativa.

Asimismo, es necesario promover la educación y la formación en la justicia y el amor, no solo en las instituciones legales sino también en nuestras comunidades y hogares. Enseñar a las nuevas generaciones a amar, perdonar y ser justos con sus semejantes es una tarea esencial para construir una sociedad más equitativa y armoniosa. Solo entonces seremos capaces de transformar nuestras leyes e instituciones de acuerdo con las leyes espirituales y vivir bajo el gobierno de la justicia y el amor divinos.

En conclusión, para lograr una sociedad justa debemos comprender y vivir de acuerdo con las leyes espirituales que rigen el universo, promover la educación en la justicia y el amor, y transformar nuestras leyes e instituciones para que estén en armonía con la voluntad de Dios. Al hacerlo, estaremos en sintonía con nuestro espíritu y seremos capaces de experimentar una vida más plena y significativa.

 

La Vida y La Muerte

Jesús dijo, “el que nace una sola vez muere dos veces, pero el que nace dos veces muere una sola vez”. En el alma está el libre albedrío, está el yo, lo que nos hace ser individuos, y el alma vive para lo que conoce y entiende; por lo que, si conocemos al cuerpo, vivimos para el cuerpo, pero si se desconoce al espíritu. ¿Cómo puede vivir el alma en el espíritu? Por lo que se necesita un nuevo nacimiento, en la conciencia, para que se manifieste la vida de forma distinta; porque si no nacemos al Espíritu, al morir no solo muere el cuerpo, también morimos para el espíritu por el que podríamos vivir para salvar el alma, entendiendo que el espíritu que puede nacer en el hombre, es el mismo espíritu de Dios y ese Espíritu no puede morir.

El cuerpo vive cuando se concibe, nace, crece y se reproduce, en un ciclo de vida en el que envejece y muere, esta muerte es la más temida, porque no se entiende que es sólo una semilla, y no se entiende, porque no se conoce otra forma de vida, una vida con la que tengamos esperanza, con la que tengamos conciencia de Dios y de la eternidad del espíritu; la existencia del cuerpo es relativa, muere y deja de estar constituido como tal (un vaso es vaso hasta el día que se rompe). El espíritu nace para destruir las cadenas que nos atan al pecado y a la muerte, pero es indispensable estar despiertos, conscientes en nuestros entendimientos de la realidad y la vida a la que podemos aspirar, porque si no despertamos, seguiremos soñando, tratando de conseguir en la vida material, algo que sólo con “Cristo, nuestro espíritu”, podemos alcanzar.

La vida del alma se manifiesta en los tres planos de nuestra conciencia, la muerte física implica al alma, ya que, al morir el cuerpo, muere el “yo” en lo que estaba unido al cuerpo. ¿Quién soy yo? ¿El cuerpo, que para morir nace o el espíritu, que nace para vida eterna y paz? Si yo soy ese cuerpo. ¿Qué esperanza tengo? Si yo soy el cuerpo, el alma muere sin esperanza, porque el cuerpo no tiene esperanza.

Analicemos el alma, cuando deja de estar consciente de su cuerpo, no hay conciencia de sus actos, vive el cuerpo en un estado vegetativo o muere, algo similar a lo que ocurre en el autismo, si se desconecta de su cuerpo, no vive más para él; cuando el alma evade la realidad porque le parece insoportable, trata por medio de las drogas o cualquier actividad que la enajene, evadirla para no estar consciente de ella, es como un suicido mental, deja de vivir para sí misma en la realidad, esperando su muerte, porque no tiene esperanza, porque no consiguió lo que deseaba, porque se considera a sí misma inútil; pero esto es en realidad el reflejo de la muerte espiritual, que se manifiesta en el alma por los sentimientos, llenando el corazón de dolor y de amargura, dejando de sentir amor y paz, por estar separados de Dios, por el pecado. Con lo que podemos concluir que hay dos formas de muerte para el alma, la muerte física y la muerte espiritual, cuando no se puede hacer conciencia del cuerpo o del espíritu.

La Vida Y La Muerte Del Espíritu, manifiesta en los sentimientos:

 

Podemos morir al espíritu mucho antes de que acabe la vida del cuerpo material y esa muerte espiritual, se siente efectivamente como un muerto en nosotros, no es un invento, no es una reacción aprendida como parte de la cultura, nuestro sufrimiento no es imaginario, en espíritu y verdad se sufre y se muere, por lo que es un verdadero martirio soportar a un cadáver que en esencia somos nosotros mismos; el uso de paliativos, de terapias sugestivas, de enervantes que nos ayuden a soportar ese sufrimiento o de la imaginación, no resuelven el problema, porque tarde o temprano, o inclusive al borde de que el cuerpo muera, si no resolvimos nuestra muerte espiritual, sufriremos al infierno en la conciencia, si es que hay conciencia de lo eterno, o habrá acabado su existencia, de cualquier forma es una vida perdida.

El cuerpo muere una sola vez, pero mientras viva hay esperanza de que la muerte espiritual sea cambiada en vida eterna, en otras palabras: si estamos muertos en espíritu podemos volver a vivir, mientras que vive el cuerpo hay esperanza de vida espiritual; si se vive con un vacío del corazón, Dios puede llenar ese vacío, pero si muere el cuerpo sin tener vida espiritual, ya no hay remedio, ya no queda esperanza ni forma de alcanzar la vida espiritual.

Los que vivimos al Espíritu, los que vivimos a su amor, estamos en paz, confiados, esperando el tiempo en que, librándonos de este cuerpo material, entremos en una nueva libertad espiritual. Sin embargo hay que entender que la vida a la que podemos aspirar es frágil y hay que cuidarla como lo único verdaderamente valioso e importante, porque Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados si nos arrepentimos, porque habíamos muerto al espíritu en la ignorancia; pero cuando ya hemos conocido la verdad y la vida, ¿Qué pretexto tendremos para Dios?; de cierto les digo que no hay pretexto, y nuestro destino sería sin duda terrible y sin misericordia, porque al tener conciencia de la eternidad, ¿Qué destino nos espera cuando pecamos conscientes del daño que nos hacemos?. La responsabilidad de saber es muy grande, por lo que tenemos que esforzarnos para que eso que Dios ha sembrado, no se pierda; porque Dios es fiel y justo para terminar eso que ha empezado en nosotros, hasta que alcancemos la estatura del ser perfecto, pero es nuestra responsabilidad, velar con toda diligencia por la vida que hemos alcanzado.

La muerte espiritual, que en sí implica la muerte del alma, provoca en muchas ocasiones un suicidio del alma hacia sí misma en la locura, porque se comprende la depresión o el trauma que esa muerte provoca en el alma, como cuando el cuerpo sufre alguna enfermedad o algún trauma físico; pero si se desconoce al espíritu, no se comprende por qué el alma sufre, y el sufrimiento es tan serio que provoca la mayor parte de las enfermedades mentales, que son en realidad suicidios del alma, que en ocasiones se traducen en la muerte material; pero por el mismo desconocimiento, a muchas de estas enfermedades no se les reconoce como tales; los vicios también son enfermedades mentales, cadenas del alma, verdaderos pecados que se enseñorean de la voluntad y matan la conciencia de las gentes, que junto con el sadomasoquismo, la neurosis y tantas obsesiones, alucinaciones y otras, forman el espectro de los suicidios más conocidos pero menos explicados del alma.

Al alma no se le puede considerar independiente del espíritu, como tampoco se le puede considerar ajena al cuerpo, las tesis materialistas ven al cuerpo y al alma interdependientes, y todo lo observan de las glándulas hacia los comportamientos, cuando se podría considerar también que los comportamientos influyen en las glándulas, porque en realidad el cuerpo es una recreación del alma y no al revés, porque es instrumento del alma; pero es de la esencia de donde surge el concepto, y es el concepto el que da forma a la apariencia; pero cuando el cuerpo se convierte en tu Ser por no entender lo que eres en espíritu, ya no es tu instrumento, eres tú, y terminas por pervertir la esencia misma con la que fuiste creado.

Es un hecho que las tres partes de nuestro ser influyen entre sí en el estado en que se encuentran, pero si conocemos lo espiritual, conoceremos el verdadero origen de los problemas y la verdadera respuesta para los mismos, con lo que el alma podrá superar cualquier crisis física, moral o existencial e inclusive tener una vida mejor en todos sentidos, porque en el conocimiento de lo trascendente se encierra el poder de lo absoluto en amor y verdad, y la vida eterna a la que podemos aspirar.

 

Los Conceptos De Dios

Pecado

"Vivo yo", dice Jehová, "que no quiero la muerte del impío, sino que se arrepienta de su pecado y viva; que puede ser perdonado, pues un corazón contrito y humillado jamás será rechazado."

El pecado es un delito en contra del espíritu, un despojo, algo injusto y en contra de uno mismo. El problema es que cargamos con el pecado original y recreamos ese acto que nos quita la paz y el gozo, produciendo culpa y miedo, y separándonos del amor de Dios.

¿Por qué pecamos? Somos tentados constantemente por nuestros instintos y nuestros deseos desordenados (concupiscencias). Somos tentados todo el tiempo con ideas que, como consecuencia, nos llevan al pecado. Somos tentados por el placer, la belleza, la riqueza, el poder y la fama, que en el mundo son sinónimos de felicidad, pero que en el espíritu son piedras de tropiezo. El origen de esos deseos es la carne, dejando de apreciar al espíritu como lo realmente valioso e importante. Pero Dios es Espíritu y él ve el corazón; a Dios no lo compran la belleza, la riqueza, el poder o la fama. Dios no habita en el corazón por la apariencia; habita por la fe, la verdad y el amor, y tiene la llave de nuestra salvación.

Al separarnos del Espíritu de Dios, dejamos de sentir su amor y perdemos la paz y el gozo, que son el fruto de la vida espiritual. Aun cuando no sentimos vivo al espíritu, no dejamos de sentirlo, pero está muerto. Por eso seguimos recreando en la imaginación eso que sentimos cuando éramos inocentes y estábamos vivos para Dios. Ese vacío que se siente es la ausencia de Dios, pero la mente no entiende y se llena de emociones para sentir que está viva; emociones que guían al alma al infierno, por llamarle de alguna manera. El Espíritu se manifiesta vivo en comunión con Dios a través de lo que sentimos: amor, paz y gozo, fruto de la vida espiritual. Pero cuando el alma está separada de Dios, el fruto de la carne es odio, angustia y desesperación, porque no tiene esperanza ya que la carne nació para morir. Entonces comprendo que sean tan importantes las emociones, aunque nos sigan hundiendo en el pecado y en la muerte.

La vida o muerte espirituales se sienten en el alma:

Dios es espíritu y cualquier idea, persona o cosa que ocupe su lugar en nuestra alma es un ídolo, nuestro propio demonio. Es un dios creado por nosotros, que nos separa de la verdad y del amor de nuestro Creador, porque un ídolo no nos puede dar vida espiritual, ya que no está vivo. No podemos aferrarnos a él porque lo que suponemos de ese dios no es real, solo está en nuestra imaginación, ya que ese ídolo no es Espíritu. La vida espiritual no es imaginaria, no es una fantasía; la vida espiritual es real para los que vivimos al espíritu, para los que conocemos a un Dios vivo que vive y ama en espíritu y verdad, y que puede salvarnos del pecado y de la muerte.

 

Santidad

“Sean santos como su Padre que está en los cielos es santo… porque sin santidad nadie conocerá a Dios”

Apartar el alma para el amor y la verdad implica apartarnos para Dios; esa es la santidad, ya que en el amor y la verdad es donde el bien y la justicia expresan naturalmente nuestra vida espiritual. Aquí es donde se encuentra la verdadera libertad, puesto que al haber sido apartados para Dios, podemos conocerlo y ser engendrados por Él, porque la santidad es el vínculo con Dios.

Necesitamos recuperar la dignidad perdida para poder contenerlo, ya que si expulsamos al demonio que llevamos dentro sin llenarnos del espíritu de Dios, seguiremos vacíos y terminaremos llenos de otros demonios. Así es el alma: no puede quedarse vacía. Pero para contener al Espíritu de verdad, hay que comprender nuestro significado en toda su expresión y ser santos, apartándonos del mal.

Razonemos juntos: el hombre, en su pecado, se separó de Dios, convirtiéndose en un ser egoísta, vanidoso y soberbio. Esto llevó a la humanidad al estado en que se encuentra. No es Dios quien ha hecho esto, sino el hombre que no ha tomado en cuenta a Dios en sus decisiones. Pero Dios nos creó por amor, y su amor es evidente desde la creación y también en el testimonio de Jesús. Por lo que está escrito: "Porque, aunque conocieron a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes, se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles".

Y continúa diciendo: "Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en los deseos desordenados de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, y cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, y como no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia: pues habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican. Llenándose de adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas; y los que hacen esto no pueden ser dignos de sentir el Espíritu de Dios en sus corazones".

Es por no tomar en cuenta a Dios que el hombre se ha separado del amor, de la paz y de la verdadera felicidad, que son la santidad y la vida eterna. Por lo tanto, necesitamos arrepentirnos, pero teniendo claro que las razones por las que decidimos cometer toda esa clase de actos estaban equivocadas, ya que en vez de conseguir la ansiada realización, solo nos convirtieron en esclavos de nuestras pasiones y deseos, tratando de llenar el vacío en el alma, algo que no puede llenar nuestra vida material, pues de cualquier manera en esta vida vamos a morir. Entendamos y tomemos conciencia de la esperanza de la vida espiritual; de otra forma, ¿para qué arrepentirnos, si no hay esperanza? ¿De qué sirve el arrepentimiento?

La santidad es la forma de expresar la esperanza de la vida eterna, algo que no implica sacrificio. Es mirar por encima de las circunstancias, viendo el fin de esta vida como el inicio de otra nueva existencia. Es la oportunidad de empezar a ser lo que somos en espíritu y verdad, de conservar lo más precioso de nuestro ser y valorarlo como lo único valioso e importante, porque es nuestro corazón, el corazón del alma, esa parte del alma que siente a Dios. Teniendo en la paz, la paciencia, el amor y la verdad, los cimientos de la esperanza en la vida espiritual, como muestra inequívoca de nuestra santidad.

Nosotros fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para ser un solo Espíritu con Dios, creados para conocer a Dios, ser engendrados por Él, amar y ser amados.

 

El perdón

El perdón es un acto de amor y humildad que nos libera de las cadenas del resentimiento y la amargura, permitiendo experimentar la verdadera paz y armonía en nuestras vidas. Al perdonar, dejamos atrás los errores del pasado y nos centramos en el presente, lo que nos permite crecer espiritualmente y tener una relación más profunda con Dios y con los demás.

Cuando perdonamos, no solo liberamos a la persona que nos ha herido, sino que también nos liberamos a nosotros mismos del peso de la ira y el odio, lo cual nos impide alcanzar nuestro máximo potencial como seres humanos. El perdón es un proceso que puede llevar tiempo, pero es esencial para nuestra salud emocional y espiritual.

El perdón también implica asumir responsabilidad por nuestras acciones y reconocer los errores que hemos cometido. Es importante no solo pedir perdón a los demás, sino también perdonarnos a nosotros mismos por nuestras faltas y debilidades. Aceptar nuestra humanidad y aprender de nuestras experiencias nos ayudará a crecer y a convertirnos en personas más comprensivas y amorosas.

Además, debemos recordar que Dios es amor y misericordia, y está siempre dispuesto a perdonarnos si nos arrepentimos sinceramente de nuestros pecados. Al buscar el perdón de Dios, nos abrimos a su gracia y nos permitimos experimentar su amor incondicional, que nos transforma y nos da la fuerza para enfrentar los desafíos de la vida.

El perdón es un regalo que podemos ofrecer a nosotros mismos y a los demás. Al perdonar, nos liberamos del sufrimiento y nos permitimos vivir plenamente, en armonía con Dios y con nuestros semejantes. Practicando el perdón, abrimos nuestro corazón al amor y a la compasión, y nos acercamos un paso más a la vida eterna que Dios desea para todos sus hijos.

En resumen, el perdón es un acto de amor y misericordia que nos permite liberarnos del sufrimiento y la culpa, y experimentar la paz y la armonía en nuestras vidas. Al perdonar y pedir perdón, nos acercamos a Dios y nos permitimos crecer espiritualmente, convirtiéndonos en personas más compasivas y amorosas. El perdón es esencial para nuestra salud emocional y espiritual, y es un regalo que podemos ofrecer a nosotros mismos y a los demás, para vivir una vida más plena y significativa.

El acto de perdonar tiene un impacto positivo en nuestra vida emocional y espiritual, y también puede mejorar nuestra salud física y mental. Diversos estudios han demostrado que el perdón puede disminuir el estrés, bajar la presión arterial, fortalecer el sistema inmunológico y mejorar la calidad del sueño. Al liberarnos del rencor y la amargura, permitimos que nuestro cuerpo y mente funcionen de manera más eficiente, lo que nos conduce a una vida más saludable y feliz.

Además, el perdón nos posibilita establecer relaciones más sólidas y significativas con los demás. Al perdonar a alguien, mostramos compasión y empatía, lo que nos permite conectarnos con los demás a un nivel más profundo. Al aprender a perdonar, también nos volvemos más tolerantes y comprensivos con las debilidades y errores ajenos, lo cual puede fortalecer nuestras relaciones interpersonales y fomentar un ambiente de amor y respeto mutuo.

El perdón también nos ayuda a desarrollar mayor resiliencia y capacidad para enfrentar adversidades en la vida. Aprendiendo a soltar el resentimiento y aceptar nuestras experiencias pasadas, nos volvemos más capaces de afrontar y superar los desafíos que la vida nos presenta. Esta resiliencia nos permite avanzar con más confianza y determinación en nuestro camino espiritual y en nuestra búsqueda de una vida más plena y significativa.

Es importante recordar que el proceso de perdón no siempre es fácil y puede requerir tiempo y paciencia. A veces, puede ser útil buscar apoyo y orientación de personas de confianza, como amigos, familiares o consejeros espirituales, para ayudarnos a trabajar nuestras emociones y encontrar la fortaleza necesaria para perdonar. La oración y la meditación también pueden ser herramientas valiosas en nuestro camino hacia el perdón, ya que nos permiten conectarnos con Dios y hallar la paz interior necesaria para soltar el dolor del pasado.

En última instancia, el perdón es un acto de amor propio y compasión hacia los demás. Nos permite liberarnos de la carga del resentimiento y la culpa, y nos acerca a la vida plena y significativa que Dios desea para todos sus hijos. Al cultivar un corazón lleno de amor y misericordia, nos convertimos en ejemplos vivientes del amor de Dios en acción, inspirando a otros a abrazar el poder sanador del perdón y a experimentar la verdadera paz y alegría que proviene de una vida guiada por el amor y la compasión.

 

Idolatría

Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él. Sin embargo, hay muchos cuyos dioses son las riquezas materiales, la belleza física, la vanidad del alma, algún amuleto, un objeto de la suerte, un ídolo o una imagen. Obviamente, no conocen al Dios de amor y de verdad, ni a su creador. Incluso pueden decir que su dios es malo y los hace sufrir, y es cierto, porque no tienen su fe y esperanza puestas en la justicia, la paz y la verdad, en la esencia del Dios que no nos ve con lástima sino con misericordia. Dios es Espíritu, el principio y el fin verdadero, el que vive y reina. Los que lo conocemos y reconocemos como nuestro Padre, estamos vivos junto con él, porque los que amamos a Dios somos un solo Espíritu con él, siendo apartados para ser santos, limpios de alma, mente y corazón, para recibir de su Espíritu la verdadera felicidad.

Por eso, cuando digan que el Hijo de Dios está en tal o cual lugar, no vayan, porque allá no está el Hijo de Dios. Eso que buscan en otros lugares es idolatría, porque el único lugar en donde pueden encontrar a Cristo es en su propio ser, en su corazón, pues es su propio espíritu resucitado. Pero si su espíritu no ha resucitado, entonces no lo van a poder encontrar en ningún lugar. La idolatría solo nos aleja de Dios y de la salvación, también nos ciega y nos llena la cabeza de sugestión y de falsedad, apartándonos de nuestro propósito y de nuestro destino eterno con Dios y en Dios. Pero al saber cómo es Dios, podemos ser como él es, porque conociéndolo entendemos lo que sentimos, lo bueno y lo malo, arrepintiéndonos de todo mal, salvándonos de los círculos viciosos, de las cadenas de maldad y de las ataduras que nos llevan a cometer actos autodestructivos, que nos llenan de amargura y soledad, por ignorancia. Al conocer a Dios, podemos ser felices, porque él es la felicidad, sin estimulantes, sin vicios, sin excesos. Con Dios, podemos disfrutar de lo más simple de la vida, de lo más sencillo, del amor, la paz y el gozo, los tesoros más valiosos para los que conocemos a Dios.

El Hijo de Dios en nosotros es nuestro salvador, y los que son del Hijo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos, sin dejar de disfrutar de manera correcta y cierta de su vida. Si vivimos por el Espíritu, andemos también en él, considerando a nuestra conciencia en nuestras decisiones, amándonos como Dios nos ama, poniendo nuestra vida al servicio del Espíritu, llenándonos de felicidad, dándole gracias a Dios por todo. Porque siendo felices es como le damos gracias, ya que cumplimos con el propósito por el que fuimos creados al ser verdaderamente sus hijos.

Ser hijos de Dios como una realidad en nuestras vidas es muy distinto a conocer al Hijo como un personaje histórico, como un gran maestro, un gran iniciado o un hombre mortal. No niego que Jesús haya sido todo eso; Jesús sí es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero el Cristo, el Hijo, es el sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, el que resucitó de entre los muertos. Es el Espíritu que vive y reina en cada uno de los hijos de Dios; es el eterno amor y verdad; es el mismo Cristo que puede vivir en cada uno de nosotros, y es la realidad a la que me refiero. Pero mientras busquen en personas o cosas a Dios, es idolatría. Leer la Biblia sin el conocimiento espiritual es leer un libro de historia lleno de frases sin sentido y sin explicación. Quién no ha escuchado que Cristo te ama, que murió por tus pecados, que resucitó al tercer día venciendo a la muerte, pero si Cristo no resucitó de entre los muertos, vana es nuestra fe y aún seguimos en nuestros pecados.

Espero el día en que la humanidad entera conozca a Dios y que no sea necesario decir "conoce a Dios", porque todos lo conoceremos; porque ya habrá escrito su amor y verdad en nuestro corazón, dándonos vida eterna. Espero el día en que todos seamos de un perfecto corazón para con Dios, dejando de ver en el hombre la única forma de vida y encuentren al fin el verdadero propósito por el que fuimos creados y alcancemos el glorioso destino de los hijos de Dios por la eternidad.

 

¿Qué valor tiene este conocimiento?

¿Cuál es la diferencia entre el conocimiento y la suposición? El conocimiento nos hace conscientes de lo que existe, mientras que la suposición imagina lo posible y lo imposible. Todo lo que hacemos en la vida real se basa en el conocimiento, desde el uso de nuestro propio cuerpo hasta la conciencia de la realidad mediante la razón. El conocimiento nos proporciona certeza, mientras que la suposición representa una duda no resuelta y la incertidumbre de múltiples posibilidades. Por ello, la ciencia es la herramienta más valiosa del conocimiento, fundamentando y explicando el origen y destino de los eventos que analiza. Las razones científicas constituyen la base del conocimiento de la realidad.

Para entender el valor del conocimiento, recordemos que en el siglo XV, cuando se suponía que la Tierra era plana, aquellos que creían que era redonda podían ser condenados a la hoguera. Así de drásticas pueden ser las consecuencias de suponer lo que el conocimiento científico puede resolver. La ciencia que comprueba nos acerca a la conciencia de la realidad, mientras que la narrativa o la novela que supone e imagina dista mucho de ella (como dijo un poeta: "yo no lo sé de cierto, lo supongo"). Entiendo que la literatura sirve para exponer, pero no nos explica la existencia. Las narrativas y las novelas nos muestran lo que sucedió en la realidad o en la imaginación del autor, sin proporcionarnos explicaciones de la existencia, ya que no es su función. Por ello, a menudo caemos en suposiciones.

El conocimiento es la representación de lo que existe, mientras que la suposición es la ilusión de lo posible. Para comunicar el conocimiento, el ser humano ha utilizado metáforas y ciencia. Sin embargo, la ciencia no ha resuelto muchos enigmas del conocimiento, lo que ha llevado a suponer muchos de sus enunciados, considerando que sus logros podrían explicar el misterio de la existencia. Al intentar explicar con la imaginación lo desconocido, se malinterpreta lo que otros han explicado correctamente mediante metáforas, dando lugar a la ambigüedad del lenguaje. Muchos términos no están bien referenciados, lo que provoca que cada quien interprete lo que desea entender, sin prestar atención a lo que realmente se trata de comunicar. Por eso "Dios" se había convertido en una suposición, al no formar parte del conocimiento al no ser un concepto definido por la ciencia ni haber demostrado su existencia. Por esta razón, cuando se habla de Dios o de otros términos mal definidos, las posturas se fijan sin llegar a un acuerdo, y cada quien expone lo que entiende sobre el término sin fundamentar ni ofrecer alternativas para comprender por qué la otra parte piensa de manera diferente. Esto convierte el esfuerzo en un diálogo de sordos. Para una verdadera comprensión de las palabras, es necesario fundamentar o diferenciar el uso del lenguaje para su correcta interpretación en el entendimiento.

Por estas razones, enfatizo la notable diferencia entre un ensayo científico y una narrativa o una novela, porque la diferencia entre la conciencia y la imaginación es la misma diferencia que existe entre el conocimiento y la suposición. Es tanto como estar despierto, consciente de la realidad, o dormido, inconsciente de lo que sucede en verdad. Si no sabemos, es como si estuviéramos soñando despiertos, sin entender lo que ocurre a nuestro alrededor. Estos dos estados de la mente (consciente o inconsciente) representan aspectos completamente distintos para nuestra existencia. La conciencia sabe lo que existe (como la existencia de nuestros propios cuerpos materiales), pero lo que nuestra mente desconoce, aunque exista, no existe para nuestro entendimiento y se convierte en un supuesto posible que no forma parte de nuestra vida real o, por el contrario, en un producto de la imaginación que forma parte de nuestros sueños.

Sin embargo, la importancia de un descubrimiento científico no radica solo en saber que algo existe, sino en todo lo que implica para la conciencia, ya sea para su consideración futura o para su implicación presente. Hay descubrimientos en el ámbito de lo particular y hay descubrimientos en aspectos más amplios, hasta llegar a los aspectos generales de los que depende toda la concepción de la realidad. Es importante que estos descubrimientos adquieran en nuestra conciencia su verdadero valor e importancia. No hay conocimiento más trascendente e importante, por lo que implica, que el conocimiento de Dios. Al demostrar la existencia del Creador, la conciencia del origen de la existencia queda completamente resuelta. Además, este conocimiento nos abre la puerta al entendimiento de nuestra esencia y nos brinda la posibilidad de conocernos a nosotros mismos y descubrir nuestro verdadero propósito y destino. Si ignoramos nuestro origen, es absurdo pensar que podríamos conocer nuestro destino.

Al saber que Dios existe y entender que no es una suposición, podemos comprender que lo que aparentamos no es lo único que somos y así tomar conciencia de otra parte de nuestro ser que está latente, como dormida, con la cual soñamos y suponemos, pero que no conocemos ni de la que estamos conscientes: nuestro espíritu, nuestro cuerpo espiritual, que a menudo confundimos con el alma. Este cuerpo espiritual no representa para nuestro entendimiento nada de lo que existe en la realidad mientras no lo conozcamos. Si supiéramos que es trascendente y eterno, ese cuerpo espiritual que existe podría formar parte de nuestra realidad y transformar nuestras mentes. Al existir un ser trascendental en nosotros, tendríamos la esperanza de ser con él y en él por la eternidad. Sin embargo, esa esperanza sólo es un sueño hasta que estemos conscientes y despiertos en el entendimiento por el conocimiento de lo que somos en espíritu y verdad, lo cual solo es posible si conocemos a Dios.

Por lo tanto, si me preguntan cuál es la importancia de conocer a Dios, diría sin lugar a dudas que es la diferencia entre soñar que podemos vivir eternamente y vivir verdaderamente, porque la vida relativa del cuerpo material es insignificante frente a la eternidad. ¿Qué esperanza nos brinda este cuerpo material que no puede trascender? ¿Qué esperanza podemos tener en la suposición de la razón? La única esperanza reside en el conocimiento de Dios, que es absoluto y trascendente. Conocer a Dios nos permite tomar conciencia de nuestro cuerpo espiritual, lo que sería como nacer de nuevo, pero a una vida trascendental. Al estar conscientes de su existencia, no moriremos cuando el cuerpo material fenezca. Esa es la esperanza para aquellos que hemos alcanzado este entendimiento.

En conclusión, el conocimiento es esencial para comprender nuestra existencia y propósito en la vida. La ciencia y el conocimiento nos proporcionan una base sólida para discernir la realidad y distinguir lo que es real de lo que es suposición o imaginación. Es fundamental reconocer la importancia del conocimiento en nuestra vida cotidiana y cómo puede impactar nuestra comprensión de la realidad y nuestro propósito en ella. Conocer a Dios, en particular, tiene un profundo efecto en nuestra conciencia y nos permite comprender nuestro verdadero ser y propósito. Al abrazar el conocimiento y la verdad, podemos vivir una vida más plena y trascendental, en lugar de simplemente soñar despiertos y vivir en suposiciones e incertidumbre.